La lucha de la supervivencia.

Siempre le estoy dando vueltas a la cabeza para sacar algún relato.
Como creo que tengo la mente bastante fresca y estoy bastante inspirao, no quiero dormirme porque sería mi perdición ya que soy más de pueblo que San Isidro, que lo llevo en mi corazón.
En los años de la posguerra este pueblo tendría como unos 1500 habitantes, había pocas mansiones y pocos palacios, en casas de adobe y tierra, salvo algunos labradores que vivían bien y tenían casas decentes. Este pueblo está enclavado en una llanura, donde hay un alto tiene que haber un bajo que es esto.
Yo era un chavalín y cuando se preparaban inmensas nubes con rayos y truenos la gente se acojonaba porque muchas eran de piedra o barro, lo arrasaba todo y si se quedaba en agua, a pedir to cristo. Porque entonces había pocas ayudas sociales, poco trabajo, así que las pasábamos canutas. Cuando se preparaban estos malditos nublaos se tiraba un cohete, digamos mejor como una bomba en un caseto cubierto que había a 500 metros del pueblo.
El señor encargado de tirarlos era el guarda jurado, que yo digo que si explota en el caseto no queda allí ni la boina del guarda. Pues esto sucedió algunos años, cuando las inclemencias meteorológicas eran muy duras, se ponía todo negro. Se tiraba el cohete, y la nube se partía en dos y empezaba a diluviar, entonces el pueblo no estaba alcantarillado. Mi familia y muchos más teníamos las casas de adobe, donde solo había una planta, en la calle los Lavajos, llegaba la trompa de agua y nos acojonábamos. Entraba el agua por delante y salía por detrás, tenía tanta fuerza que casi era medio metro. Así que los marranitos que teníamos en la pocilga había que salvarlos, si eran un poco pequeños los podías coger, pero si eran grandes tenía su peligro, porque se podía caer hasta la pocilga.
También teníamos una cabra, que nos venia muy bien por la leche que daba. Las gallinas, una docenita y se subían al palo más alto, salían volando con su garipola, que luego al siguiente día con un poco de suerte aparecían guisadas en una cazuela.
Entonces por suerte no había neveras ni arcones, así que no se caducaba ni se estropeaba nada. La gente humilde tuvimos la suerte, como teníamos muy poco, era poco el daño que nos hacía y luego todo el año estaba la casa fresquísima, no nos hacía falta aire acondicionado ni aislar el tejao. Debajo de la cama de mis padres había un hoyo, donde todo el año había agua. Los pisos eran de barro, así que los calores de entonces, que eran bastantes, no te asfixiaban.
A pesar de todo esto éramos felices con aquellas penurias y las calles llenas de niños que te hacían soñar. A cien metros de donde me crie se han hecho unos jardines preciosos, con muchos árboles y jardines de flores, pistas de tenis, parques infantiles, donde se balancean los niños.
El otro día pasé por allí y me percaté de unas madres jóvenes que estaban columpiando a sus niños, que intuí que estaban de vacaciones, se lo estaban pasando pipa, ¡Más mamá, más mamá! me acordaba de mi madre, éramos ocho y carecíamos de todo eso y lo único que querían era sacar adelante a sus hijos.
Yo cuando tenía esos años ya estaba de rapaz, con calores infernales, como ahora, durmiendo en un saco de paja en el pajar, entonces no éramos niños, había que sobrevivir. Veníamos una vez a la semana para cambiarnos de ropa.
El otro día al pasar por allí empecé a recordar, de cundo la gente iba lavar sus ropas en aquel caño de dos pilones, donde en uno quitaban lo más sucio y en el otro lo aclaraban y luego en el prao extendían sus prendas y de vez en cuando las refrescaban con agua para que quedaran más suaves. Aquellas prendas de Christian Dior. Yo iba a la escuela con botas y trapos, con mi ropa heredada de mis hermanos, con aquella lata de sardinas de un kilo, la llenaba mi madre de paja donde poníamos los pies, que nunca se calentaban, solo cuando el profesor cogía la regla de 50 centímetros y nos daba con ella en los dedos, castigándonos con los brazos en cruz con los libros en los manos arrodillados, pero esto lo hacían con los más brutos y yo con suerte estaba en ese equipo y como suele decirse la sangre con palos no entra. Esto me paso a mí que salí de esa universidad echo un zoquete, entonces no había servicios, había que salir de casa apatuscao, por arriba y por abajo. Así que ahora todos los niños están esponjaos y hermosos, no tienen mocos como nosotros, han desaparecido. Con su buena calefacción, sus buenos profesores y que no les miren mal, algunos están perdiendo lo más elemental, sus principios y valores.
Nosotros fuimos los últimos de Filipinas, como personas, pero todavía seguimos dando guerra con nuestros achaques, pero soñando para estar vivos con lo que tenemos y muy respetuosos con la gente mayor.
Esto me da mucha tristeza, cuando en la posguerra se pasaba mal y como aquí había muchos obreros, el gobernador de turno, Salas Pombo, hicieron como unas 200 parcelas familiares de 1000 metros. Era para los pobres y había que roturarlas, estaba de alcalde el señor Portela que se lo curró con el gobierno de entonces, que nos vino muy bien para la gente que tenía muchos hijos y poco sueldo.


El otro día me pasé por allí y me dio pena, solo vi como unas 25 parcelas que las tenían como el jaspe, las demás parecían chabolas como las de México, llena de zaramagos y mierda, que como no se limpien va a traer consecuencias como las está trayendo en esta España por dejadez de los que nos gobiernan porque son muy buenas y si las trabajas tienes para comer casi medio año, implicándote un poco en ella. Tienen el agua que quieren, con poca mano de obra, pero la gente hemos llegado a un estancamiento y esto va a ser serio que nadie quiera trabajarlas, así que tranquilos que aquí nadie pasa privaciones, se está mejor en la sombra y luego decimos que España está mal ¡Madre mía! Yo daría las tuercas para atrás, para pasar un poco lo que nos sucedió.
Un abrazo.
ALFONSO “EL PINDOQUE”

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