CAMINO AL AZUD, LAS RUINAS (2ª PARTE).

…. Lo que en principio iba a ser una pequeña merienda, se convirtió en toda una merendola.

Un árbol nos proporcionaba una agradable sombra junto al agua, el sitio es reconocible porque hay arena, es como una pequeña playa.

Entre la buena compañía y los ricos alimentos, la tarde noche se nos echó encima. Hasta que llegó la hora de volver a ponerse en marcha.

Queríamos ver lo que había alrededor del azud. Entonces nos dimos de bruces con unas misteriosas ruinas.

 El tiempo había cambiado bruscamente, primero viento y luego el cielo se tornó azul oscuro.  Desde allí se veía una infinidad de campos, por lo general eran  campos amarillos, de cereal.

En su mayoría las tierras estaban cosechadas y había alpacas dispersadas por todas partes. Y queríamos imaginarnos que el gigante de Villoria había ido  apilando las alpacas como si estuviera jugando al tetris o a algún juego parecido, pero la realidad era que se colocaban de esa manera, para que las  puedan mover más fácilmente y para que los agricultores alimenten a sus animales en las granjas.

Al final la tormenta hizo acto de presencia y comenzó a llover, se oyeron un par de truenos, y eso nos hizo refugiarnos en las ruinas

del azud. 

Esa zona fue una antigua alquería, allí se situaba un antiguo lugar de culto, y ahora parecía un palomar donde se posaban un montón de palomas y urracas.

La alquería era una finca de labranza y se usaba para dar cobijo a la gente que iba a trabajar las tierras de Riolobos. Tierras que ahora están llenas de agua, y que se utiliza para regar los campos  y plantar diferentes productos. 

Al lado de la torre, había un pequeño poblado, donde las casas eran de adobe. Eran simples y bajas, porque en aquellos tiempos la gente no tenía suficiente dinero para pagar una construcción más importante. La zona era concertada y no se podía entrar, era privada, solo para los propietarios y trabajadores que vivían allí.

Pero ahora ya está todo abandonado, y ya solo quedan unos trozos de ruinas.

Como la lluvia arreciaba, buscamos refugio en lo que antiguamente debió ser una iglesia, y el tiempo y el abandono había transformado en lo que nos pareció un palomar. 

A alguno  de los presentes le pareció buena idea contar historias de miedo. 

Recuerdo la última de ellas.

           » cuenta la leyenda, que hubo una época, en la que las casas se construían de adobe, una mezcla de arena y paja. A pesar de las apariencias, eran resistentes y además mantenían la temperatura en su interior, en verano no hacía tanto calor como en el exterior,  y en invierno, las temperaturas no bajaban tanto. 

Los materiales con los que se levantaban las edificaciones, se encontraban cerca de donde vivían. 

Un día, unos campesinos salieron en busca de paja, para levantar otra humilde casa. Ya tenían la arcilla preparada, pero necesitaban ésta como segundo ingrediente para darle más consistencia. 

Unos días atrás, un rayo incendió el pajar donde la guardaban. Y si no se daban prisa en hacer la mezcla, tendrían que aplazar la construcción del nuevo hogar.

La cosecha de cereales se había retrasado,  y los campos no se habían trabajado, aún no había paja para recoger y poder utilizar. 

Los aldeanos urgidos por la necesidad, echaron mano de la paja que habían recolectado para construir sus grandes nidos en la torre durante años, varias parejas de cigüeñas.

En la siguiente primavera,  las cigüeñas no pudieron volver a la torre.  No existían los nidos. 

Una vieja que apareció por el pueblo les echó una maldición; 

» por haber destruido los nidos, todo lo que hayáis construido con esa paja se irá cayendo poco a poco «.

De repente se escuchó un tuu, tuu, tuuu, asustados miramos hacía arriba,  y era simplemente una tórtola con su característico arrullo.

Al acabar la tormenta, ya no se veía nada, estaba todo oscuro y nos tuvimos que volver a casa.

Eneko Miguel  y Roberto Miguel.

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