De nuevo, como ya es tradición para nosotros y esperamos que también para todos vosotr@s, volvemos para escribir otro pequeño relato que tenga que ver con algo del pueblo o alrededores, como homenaje a los ratos que pasamos en este pueblo en verano.
Esperamos que os guste.
Un saludo.
Volvemos al pueblo un año más, con la misma ilusión y emoción de los años anteriores.
Como siempre, vamos a visitar a la familia y contarnos los acontecimientos que hemos vivido durante el año.
Paseamos por las calles de Villoria para ver los posibles cambios que ha habido.
Nos refrescamos en las «piscinas terroríficas» y también nos acomodamos en la «alameda susurrante» para disfrutar del aire fresco que allí se genera.
Tras varios días de visita, decidimos dar un paseo en la única tarde que habían bajado las temperaturas, y dimos un paso más a nuestras expediciones. Entonces elegimos como destino el Azud de Riolobos.
Como creíamos que estábamos en buena forma física, decidimos ir andando hasta allí.
Comenzamos nuestro camino desde el frontón de Villoria. Enseguida el camino se hizo más pesado e incómodo porque la zona asfaltada acabó muy pronto. Desde allí se convirtió en arena y tierra. Y tras una corta y dura subida, llegamos a una bifurcación de caminos. Estuvimos mirando la presa del canal cuyo sentido te dirige hasta la torreta donde, supuestamente, habita el «Gigante de Villoria». Allí se genera una cuasi cascada por la fuerza con la que cae el agua allí retenida.
De nuevo el camino se puso perfecto para andar, definitivamente estaba bien asfaltado y ya no iba a ser un inconveniente para nuestra caminata. Estuvimos a punto de parar a descansar un rato en lo que nosotros denominamos un oasis en medio de la nada. Un árbol solitario daba una inmensa sombra a un lado del camino dando cobijo a los que se quisieran refrescar debajo de sus grandes y frondosas ramas. Un charcón da de beber al árbol, y a los animales que allí se acercan a aliviar el calor y la sed.
Durante un rato largo, el camino se volvió rutinario, hasta que vimos a lo lejos algo similar al reflejo de un espejo.
Este se iba haciendo más grande a medida de que nos íbamos acercando al lugar. Y lo que parecía un pequeño charco de agua, se convirtió en un gran y denso embalse donde habitaban un sinfín de patos y gaviotas, donde volaba alrededor del lugar una bandada de urracas y alguna cigüeña en busca de su presa.
A este lugar todos lo conocen como el azud de Riolobos. Es una zona que decidieron inundar para acumular agua que sirve para regar por las huertas de la zona.
Tras un breve vistazo por la zona, decidimos parar a merendar las ricas viandas del lugar.
Y esto continuará……….
Fin de la 1ª parte
Autores:
Escritor: Eneko Miguel García
Colaborador: Roberto Miguel Sierra