Sin embargo, a pesar de ser momentos de buenas intenciones, de querer que estos días sean muy felices para nosotros y nuestras familias, podríamos hablar de que es muy fácil ser solidarios con las personas de otros lugares, siempre y cuando no convivan con nosotros, de que ayudar a las ONG’S es muy bonito y se contribuye a hacer de este mundo, algo mejor para todas, de «limpiar» nuestras conciencias, con el simple gesto de dar un donativo, de apadrinar niños/as de otros lugares, pero ¿qué pasa cuando personas con condiciones de vida muy difíciles llegan a nuestras casas?
Dos milenios después nos seguimos comportando como Herodes y aquellos judíos, que les negaban posada a José y María en el nacimiento del que fuera el «Salvador de los hombres» (el niño Jesús).
Hoy 5 de Diciembre me he pasado por las tollas y cual es mi admiración que tres meses después quedan los restos de los que fueron nuestros visitantes, «los Rumanos» de su paso por nuestro pueblo, que vinieron para buscarse un trozo de pan y trabajo en la recolección de la patata.
He llegado a casa, pensando que las tollas, parecen un güeto, o un lugar que nos da vergüenza mostrarlo y tres meses después nadie se preocupa de limpiarlo o de borrar el paso de estas gentes.
¿Y el medio ambiente?, y ¿la solidaridad humana?, luego iremos todos a la misa del Gallo a rememorar la llegada del niño Jesús en un pesebre y que se calentaban con una vaca y un burro, ¡por lo menos ellos tenían animales para calentarse!.
¿Hemos pensado si nosotros tuviéramos que emigrar para buscarnos el pedazo de pan, como nos gustaría que nos trataran?
¿Tan ocupados estamos todos en nuestra vida cotidiana, que no somos capaces de limpiar los restos que dejaron estos inmigrantes?, ¡que seguro que se tuvieron que ir por falta de trabajo y por las condiciones climatológicas a la llegada del invierno, y me consta que también, por falta de simpatía!
Podemos acusarlos de guarros, de dejar en muy malas condiciones un lugar en el que han habitado durante meses, pero el análisis puede ser «simplista», ¿acaso no dejamos nosotros el monte también en muy malas condiciones cuando vamos a celebrar el lunes de aguas?, sumado a eso hay que tener en cuenta en qué condiciones y porque se ven obligados a vivir como viven, hay gente que puede pensar que viven así «por qué les gusta», quizás no nos paramos a pensar en que mal-viven como pueden, que sus estado de valores no puede ser el mismo que el de muchas personas que podemos vivir de forma acomodada que podemos celebrar estos días en compañía, con buenos alimentos y un techo que nos cobije.
A los que les acusan de borrachos, pillos, ladronzuelos etc. ¿Nos hemos puesto, solo por un momento, en su lugar y en sus condiciones: de vida, de futuro, etc.?
Actualmente, sin estar en esta situación parecida, muchos españoles se refugian en el alcohol, para olvidar sus problemas, y ni mucho menos vivimos como ellos, dando tumbos de un sitio a otro y miles de kilómetros de su casa.
Solo dejo una pregunta al aire, antes de la llegada de la navidad y de los golpes de pecho, ante la injusticia que le hicieron a los padres del niño Jesús.
¿Nos diferenciamos mucho de aquellas gentes, de cómo nos comportamos ahora, cuando vemos a una persona con «malas pintas»?
Si somos tan progresistas, solidarios, ecologistas, y todo los calificativos que queramos ¿como somos capaces de consentir el estado de las tollas en el estado que se encuentra?
Aprovecho el artículo para rescatar un texto que una persona de nuestro pueblo escribía hace unos meses, como reflexión sobre las comunidades de inmigrantes que vienen a nuestros pueblos
Los miserables.
(A propósito de las comunidades de inmigrantes que malviven en «nuestros montes»)
«Nuestra sociedad se desliza por la memoria de haber formado parte de los buenos. Vive de los restos» Jonathan Little en su libro Las Benevolas.
Respecto del concepto «humanidad», haciendo éste referencia a un sentimiento que creemos inherente al ser humano, a las personas…Yo pregunto: ¿Es un sentimiento contra-natura? Si humanidad engloba otros conceptos inventados por el ser humano en eso que llamamos evolución y que nos distingue en cierto modo del resto de especies, cómo la ayuda, el respeto, la tolerancia, la solidaridad…Si las personas formamos necesariamente sociedades fundamentadas en los conceptos anteriores…entonces ¿cuándo hemos dejado de ser, seres humanos?
Nos sentimos orgullosos del implacable e incansable desarrollo tecnológico y científico, pero existe otro proceso que a veces tengo la sensación que avanza igual de implacable e incansablemente, la deshumanización. Siento que nos hemos convertido en máquinas especializadas sirviendo con una fidelidad pasmosa al poder, el egoismo, la individualidad, la envidia. Se establece una paradoja compleja, evolución tecnológica al tiempo de la involución social.
Cuando escuchamos a algunos de nuestros abuelos sus historias de supervivencia, nos conmovemos, los convertimos en héroes que lograron llevar a cabo sus vidas en un entorno nada cómodo, rudo, crudo, hostil… y aparecen en nuestras mentes imágenes dotadas de una luz impropia en la ficción que cada uno vivimos de manera particular.
Sin embargo cuando llama a nuestra puerta alguna persona arapienta, sucia, maloliente, hambrienta, no reciben de nosotros ayuda, ni comprensión, ni respeto, ninguna de las cosas que va implícita en la humanidad. Nos molestan, sentimos miedo…pero miedo ¿de qué?
Quizás ese físico descuidado, triste, sucio actúa como un espejo en el que nos reflejamos en forma de verdugos. Porque somos sujetos agentes de esa realidad, en la manera en que lo toleramos, lo permitimos y les exigimos unos modales y normas de convivencia que no están en condiciones de cumplir. Cuando sus necesidades primarias no se ven cubiertas y no tienen posibilidades de autosatisfacerse, ¿con que derecho nos quejamos de la mendicidad, de la suciedad?
Más bien, recurramos a las instituciones competentes, apelando a la obligatoriedad moral y legal del cumplimiento de los derechos humanos de todas estas personas, que son sus víctimas y las nuestras.
Reflexionemos todos «un poquito», por qué de lo que sucede a nuestro alrededor todos nosotros somos responsables.
Podríamos ampliar esta reflexión con la consabida parábola de mirar la paja en el ojo ajeno y no ser capaces de ver la viga en el nuestro.
El wappo.