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Terrible suceso ocurrido en Villoria en Septiembre de 1944 y que nos relataba de esta manera Ezequiel Bonal en Besana nº 9-Diciembre de 1987-

RECUERDOS DE LA ANTIGUA BESANA


Terrible suceso ocurrido en Villoria en Septiembre de 1944 y que nos relataba de esta manera Ezequiel Bonal en Besana nº 9-Diciembre de 1987-
…Y CAYÓ OTRA CENTELLA SOBRE VILLORIA
…Y ESTA SI QUE HIZO DAÑO

Era el primero de septiembre de 1944. El calor era pegadizo y sofocante. El sol picaba y el gran orbe del firmamento empezaba a nublarse por occidente. Parecía que una tormenta más fuerte y quizá devastadora que las de los días anteriores se avecinaba; y en los corazones de todos se presentía como si esta trajera algo malo.

En la era del lugar hacen sus trabajos amos y jornaleros de distintas familias; y percatándose que el nublado se avecina, tienen ya prefijado el sitio de su cobijo. Las nubes se cubren de un color pardo y oscuro; y como si anunciaran el terror que más tarde iban a sembrar, venían sosegadas y tranquilas cual el que medita los hechos que va a realizar. Los relámpagos se percibían más cerca. Se cubrió el azul del cielo de un manto plomizo y amenazador; y el pedrisco comenzó a caer poco a poco.

Ya están cobijados los hombres de tez triguera en su cabaña: y desde la cabeza canosa del pobre viejo espigada ya de recibir tantas tempestades como en sus pesados años de fiel y honrado campesino había recibido; como en la de estas otras jóvenes llenas de vigor; y en la de este otro niño adolescente cruzaban pensamientos llenos de respeto y timidez.

La tormenta toma incremento. La luz viva del choque de las cargas eléctricas seguidas de grandes truenos es mayor; y la nube que trae su carga mortífera se estaciona por momentos sobre la choza de aquellos hombres curtidos por las inclemencias del tiempo.

Disparan un cohete contra el pedrisco y la nube desprende con intensidad su carga de piedra y agua. Disparan un segundo cohete y segundos después, un relámpago que deslumbra la vista seguido de un estruendo ensordecedor siembra el terror y el pánico especialmente en aquellos infelices de la choza en la era del lugar al sorprenderles un rayo que segó la vida de tres de los once allí reunidos.

En el acto empezó a arder la cabaña. Todos ellos quedan entontecidos y el primero en reaccionar dio una voz de auxilio y nadie le oyó. Comienza con valor en medio del cuadro aterrador que no es fácil considerar unido al aluvión de agua y pedrisco torrencial que caía. Comienza a sacar a su padre en primer lugar, como muerto ya le arrastra. Y así a uno y a otros en igual situación y modo los sacó al aire libre. Solo queda entre las llamas el pobre joven adolescente que antes mencioné no siendo posible entrar por él por el fuego de las bencejeras.

Llegan lo primeros auxilios pero… ya tarde. El viejo de calva cabeza y canosa, un joven de treinta años y el más joven de todos de edad de quince años yacían cadáveres: todos los demás salvaron sus vidas aunque con algunas quemaduras.

El pueblo se amotina en el lugar del suceso corriendo a la vez de un lado a otro sin saber que hacer en medio de gritos y ayes desgarradores de terror a la par que se auxilia a los heridos.

Suspiros de dolor corren por doquier de boca en boca. Un carro lleva a los heridos y a poco van llegando los familiares alocados y sin consuelo de las infortunadas víctimas. ¡Qué pena nos causó encontrarnos con la mujer del anciano muerto al preguntar quiénes eran las víctimas! ¡Si ésta supiera, nos dijimos, que a ella le afecta uno de ellos y que pronto sentirá el estado desolador en que va a quedar ella y su viejecita, la pena le embargaría el corazón y los sollozos causa de su dolor, serían la respuesta a esta desconcertante pregunta!.

Es llegada la noche. Aún la luna no alumbra la naturaleza. Será escaso el tiempo que ésta, por última vez, va a pegar con su luz la frente de estos que ya dormidos para la eternidad tantas veces durmieron y tantas noches para la vida en las rastrojeras y campos de mieses. Siendo ella su luz, la dueña y clareadota de tinieblas y sombras de la noche. Testigo inexcusable del descanso y sueños de estos y de todos aquellos que hacen su vida en el campo.

Ya velan a los cadáveres sus familiares. Ya pueden llevarles a un lugar donde posible fuera velarles más gente preservándose de la tormenta que en todo el día y ahora y en la noche aún no se ha ido..

Dos escaleras de mano y un tablón servirán de camillas para el transporte de los muertos. Aquellas para el anciano ya maduro y de blanca cabeza; y para el joven que era fornido y vigoroso. Este para el jovencito casi niño que como tostón asado presenta un aspecto sensacional al descoyuntarse sus miembros e irse la carne tras las manos del que lo cogía.

Una vez puestos en estas, la comitiva está ya presta para emprender la marcha. Dos faroles con su luz parpadeante sirven de señal y guía del cortejo siendo colocados a la cabeza de estos uno a cada lado llevados por dos hombres tranquilos y serenos. Son traídos en hombros de jóvenes rígidos, con frentes levantadas. Reina un silencio sepulcral. Unos pasos firmes y acompasados se dejan sentir en lo duro de los chinarros de la carretera. Caminando la comitiva de hombres condolidos y llenos de respeto ante aquellos cuerpos muertos que llevaban sobre sus hombros estas que fueron vidas.

Y… ¿qué es la vida?. Digamos que es el drama más serio que escritores y artistas pudieron representar y escribir. En estos momentos lo vemos. Ya se fue el espíritu. Ya voló hacia las alturas a dar cuenta justa y exacta de actos y dones de este o de aquel ser: de su Dios. Y aquí queda el cuerpo maltrecho e insensible lleno de miserias siendo pronto podredumbre y pasto de gusanos. Los despojos que la vida de la vida dejó en esta mísera tierra de la que el polvo y sarro corroe las costumbres..

Y mientras, la luna comienza a da sus destellos de luz lánguida y opaca. Triste también al parecer como si sintiera nuestros mismos sentires vagando por el gran Orbe del firmamento azul.

E. Bonal

El lugar fue de la carretera hacia Babilafuente un poco a la derecha en las últimas parcelas. El dueño de la cabaña era el labrador JULIO SIERRA con su hijo ANGEL y que a ella fueron a refugiarse. Después llegaron el ya viejo PASCASIO PÉREZ Y ANASTASIO ÁVILA de unos 30 años, así como también un jovencito de 15 años que vivía con sus tíos TEÓFILO BARRERA y BENITA MANGAS. Este muchacho era de Peñaranda.

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