En el día Internacional de la mujer, nuestro recuerdo, como es de rigor, va dirigido a todas aquellas mujeres que nos dieron la vida y que formaron parte de una generación irrepetible. Esas mujeres abnegadas, a veces sumisas, trabajadoras incansables; abuelas, madres, hermanas, hijas, que nunca tuvieron la oportunidad de reclamar nada, ni tan siquiera de levantar la voz para que su dedicación y trabajo fuera reconocido, y menos para pedir una igualdad que era una utopía en un mundo donde el hombre era el dueño y señor de hacienda, bienes y voluntades. Hoy levantamos todos la voz por ellas, para que su abnegación y sacrificio no caiga en el olvido.
Nos hubiera gustado poner una foto de todas las que forman parte de este pelotón de luchadoras, pero eso es algo tan difícil que lo hace casi imposible.
En su lugar hemos elegido un lugar de los más emblemáticos de nuestro pueblo. Un paraje al que muchas de ellas acudían a diario, unas veces en busca de sus cristalinas aguas cántaro en mano, y otras a realizar la ardua tarea de lavar a mano sábanas y vestimentas, que metidas en un barreño portaban con solvencia y elegancia encima de la cabeza, protegida por un rodete de trapo.
Fuente de vida, como lo fueron ellas, fuente con nombre de mujer, con nombre de amanecer, como ese que vieron día a día, mañana tras mañana…
Al alba caminaban,
barreño en la cabeza,
cántaro al costado,
sonrisa en la boca,
firmeza en la mirada
y manos encalladas;
en busca del agua clara,
del agua de una fuente,
donde saciar su sed,
donde lavar su cara,
sus ropas y su alma.
Donde contar sus penas,
sus alegrías, sus historias
y alguna que otra chanza.
Caminaban por la vereda
buscando la fuente de Alba.
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