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Recordar es volver a vivir

DESPERTAR AL PASADO


Recordar es volver a vivir
Una de esas noches en que no puedes conciliar el sueño por más que lo intentas, debido a que te llevas a la cama el trajinar de la vida diaria, en esos días en que andaba yo con los preparativos de mi viaje al pueblo para pasar un verano más, esa noche, digo, mi memoria dio un giro de 180 grados hacia aquellos veranos que olían a pueblo y que nada tenían que ver con los de hoy. Entonces sentí el placer y las ganas de recordarlos y compartirlos con mis amigos de Besana, y sobre todo con los que, como yo, los vivimos con tantas ganas y tanta juventud, para lo cual, antes de seguir, quiero aplicar la frase que dice que «recordar es volver a vivir».

Cada vez que vuelvo de Madrid, a mi paso por Peñaranda hacia Villoria, hasta llegar a mi casa, todo son recuerdos de tiempos muy trabajados, con sus tristezas y con muchas alegrías, y es que con 10 y 12 años todo lo veíamos de color de rosa, aunque se tratase de estar dos niñas solas en las tierras.

Siguiendo la ruta, pasado el Campo de Peñaranda, hay unos terrenos llamados Santa Lucía, que pertenecen a Riolobos, a una distancia de unos diez kilómetros de Villoria, distancia de risa para hacerla en coche, pero muy dura para recorrerla con 10 y 12 años en una bicicleta que llamaban de señorita y que llevaba una malla con hilos de colores en la rueda trasera. Pues bien, con ese «Ferrari» nos trasladábamos mi hermana Meyos y yo para llegar a esas tierras, cada una montaba durante un trayecto y la soltaba para seguir a pie hasta alcanzarla, y así muchos días y veranos por las tierras de Riolobos.

Cuando mi padre tenía que acarrear, nos llevaba en el carro dormidas. Aquello sí que eran madrugadas, la misma hora en que hoy están los jóvenes en plena diversión, llegábamos nosotras al destino tan dormidas que no nos enterábamos, y cuando mi padre, el señor Lucio, que era un verdadero crack, había segado algunos cerros, nos despertaba, agavillábamos, le ayudábamos a cargar el carro, que no teníamos fuerza ni altura para dar los haces, él se venía para atender la era y allí nos quedábamos las dos prendas a pasar el día.

Mi pobre madre, Aquilina, nos mandaba la comida con algún rapaz que fuese cerca de nuestro tajo. Hoy aprovecho para dar las gracias a Pepito, el Torero, que estaba con Julio, el Tanes, segando para José Manuel y nos la acercaba muchas veces. Recuerdo aquellas viandas, casi todos los días tocaba cocido que nos lo acompañaba mi madre de una ensalada de lechuga, tomate y pimiento, en un puchero para que no se vertiera. Daos cuenta como llegaría aquello para comer a la sombra de unos haces con 40 grados, y con todo y eso nos sabía a gloria, ese cocido que ya no es comida de verano y se puede comer a la sombra con aire acondicionado. ¡Dios mío, cómo hemos cambiado!

Vamos a reír un poco. Una mañana que mi madre venía con nosotros, cuando pasamos la cuesta antes de llegar al monte, dice Lucio: «¡Para! que Quico, el Cau, que va delante, ha caído la gorra». Se bajó mi madre y pegó un grito que nos despertó, porque aquella gorra era, en realidad, una gran boñiga. Esa mañana ya no nos dormimos de la risa con el correspondiente asco de mi madre.

A veces nos quedábamos a dormir en las casas de Riolobos. Aquello estaba lleno de familias y yo me lo pasaba muy bien. Recuerdo sobre todo a las Marquesas, las Sierras, las Ramaleas, el tío Pelón, mi tía Melitina, los Toribios ,el tio Pájaro, los Jaros, Simona y Ale, que tenían una tía que se llamaba Flora y todos los domingos se venía a misa, la señora Chapuza, que como salíamos al fresco, contaba que se lavaba la bata por la noche cuando tenía que ir a vender melones a Peñaranda y, como no se le secaba, la llevaba en el carro sobre unos palos y al llegar se la ponía, mientras, durante el trayecto, se envolvía en una manta.

La señora María, la Leona, tenía un hijo, Virgilio, pues bien, un día se fueron las mozas a la fiesta de Poveda, eran por lo menos diez, cuando volvieron, se acostaron todas a la vez con él para sacarle de la cama y, como buen caballero, lo contaba con cariño, porque allí eran todos una gran familia. Las habitaciones eran muy grandes y se acoplaban varias familias, también dormían en la ermita y en la fragua. Mi hermana y yo nos quedábamos en cuatro metros cuadrados debajo de una escalera y, como niñas que éramos, nos gastaban bromas. Un día Tanes y Diego, el Marqués, nos metieron un churro en aquella suite y luego no podían sacar al animal de pequeño que era el sitio.

Recuerdo las dos cocinas, a una la llamaban «la grande» y a la otra «la ahumada». Cada cual ponía el puchero donde podía. Los guisos eran parecidos, pocos manjares y mucha hambre. Con las primeras cebadas que segaban iban a Cantalpino a hacer pan, aunque fuese de cebada. De El Villar iba un señor a vender y se le pagaba como se podía, casi siempre al final del verano. Hace unos días hablando con Leonor, la Marquesa, me ayudó a recordar muchas cosas. Es un libro abierto.

Otro acto espectacular era el baño de espuma y masaje en aquel barreño en el que no nos llegaba el agua ni a las rodillas, lo demás lo hacía una regadera para echarnos el agua por encima, y después tan felices, a pasear un rato para volver el lunes al tajo.

Todos estos recuerdos van dedicados para muchos que los vivimos juntos, deseo que los reciban con cariño, como lo que son, recuerdos muy pasados.
Aprovecho la ocasión para mandaros estos versos de nuestra querida Fuente de Alba tan denostada hoy, algo más de nuestro patrimonio que estamos perdiendo, con lo bien que nos vendría en algún momento, ya que el agua de nuestros grifos no nos ofrece garantías ni de sabor ni para nuestra salud, aunque nos aseguren lo contrario.

FUENTE DE ALBA

Naciste sola en el tiempo
y surges hoy tan desnuda
como una flor de nadie
a la que hoy acompañan
abandono y soledades.

Fuente hermosa de agua clara,
manantial de vida sana,
Villoria posee una joya
majestad su fuente de Alba.

A la sombra de los chopos
con el polvo convertido en esperanza
fluye tu agua de oro
luchando contra borrascas.

Te llenas de propiedades
en densas noches oscuras
donde el paisaje seca la memoria,
resurges como la espuma.

Brillante en la madrugada
misteriosa al despertar
como un canto entre la niebla
nos ofreces tu manjar.

Madrugador campesino
te mira con alma triste, sin queja,
canturreando al pasar
o el pastor y su rebaño
donde se pierde el brillo de balar

Tardes plácidas de mayo
palabras de amor secreto,
aire de tristeza clara,
como si fuera bueno callar
risas de mujer amada

Allá en aquella hondonada
partiendo en dos los barbechos
el tiempo daba esperanzas
lavado ropa y secretos.

Niña sube hoy a la fuente
donde tu madre lavó
cuéntale al agüita clara
que eres fruto de su amor.

Fuentecilla agradecida,
te suplico al hacerte un homenaje
a pesar del abandono de los hombres
para que nunca nos prives
de recuerdos salud y amores.

Basi Cascón

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