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Ocho millones de votos, dicen los entendidos, tienen la culpa de que los resultados se inclinen hacia uno u otro lado.

EL VOTO CHAQUETERO


Ocho millones de votos, dicen los entendidos, tienen la culpa de que los resultados se inclinen hacia uno u otro lado.
Estamos en plena campaña electoral y eso se nota hasta en Besana. No hemos acabado de digerir todavía los pasados comicios municipales del mes de mayo y ya tenemos encima las generales del 20 de noviembre que debían haberse celebrado en el mes de marzo y que la situación crítica por la que atravesamos obligó a adelantar en el tiempo.

El pasado viernes 4 comenzaba la campaña oficial, porque la real llevamos arrastrándola hace meses. Prácticamente todas las encuestas dan como ganador al partido popular y en algunas de ellas incluso por goleada. Pero estamos hablando de encuestas, no de realidades. No es la primera vez que este tipo de consultas fallan cual escopeta de ferias y dan al traste con las expectativas de más de uno. Esto lo saben bien nuestros representantes, de ahí que cualquier político medianamente prudente, cada vez que le mencionen una encuesta se remita a la frase de que la única encuesta válida es la que sale de las urnas.

Ocho millones de votos, dicen los entendidos, tienen la culpa de que los resultados se inclinen hacia uno u otro lado. Son los de aquellos que todavía no han decido cual va a ser su preferido. De esta cantidad, buena parte de ellos serán de aquellos que al llegar a la mayoría de edad pueden ejercer este derecho que les otorga vivir en una democracia. El resto de votos indecisos ¿a quién corresponden? ¿Cómo podíamos calificar estos votos?

No sería descabellado afirmar que estos votantes pertenecen a ese amplio grupo de ciudadanos cuyo voto se mueve a golpe de interés económico, social o llámese como se quiera, y hoy vota blanco, mañana negro y pasado se abstiene, siempre según le convenga. A este tipo de votantes, los que estén firmemente posicionados ideológicamente les suelen denominar » chaqueteros» o anti-demócratas si lo que eligen es la abstención.

Pues bien, a este sector de la población es a quien va dirigida toda la artillería pesada propagandística de los partidos políticos. Cuando un político va a dar un mitin sabe que la inmensa mayoría de los presentes son sus seguidores y que van a aplaudir en todo momento su intervención. También los asistentes a esos actos saben lo que van a oír y eso les gusta. Los unos se dan un baño de multitudes y los otros se regalan los oídos con promesas y lisonjas a su medida. Los votos de todos estos están seguros.

¿Cómo captar el apoyo de los indecisos? Para eso están las cabezas pensantes y los directores de campaña. No les quepa duda que utilizarán cualquier medio a su alcance para que esa indecisión se transforme en un voto a su favor. Afortunadamente, este tipo de votantes no son tan tontos como a veces nos quieren hacer ver y las palabras huecas, los tópicos, las promesas que son imposibles de cumplir y la demagogia barata cada vez son más difíciles de colar después de lo que se ha visto, oído y constatado en estos años que llevamos de democracia.

Son un buen montón de votos que podíamos calificar de interesados, de castigo, semidesnudos de ideología clara y definida políticamente, pero unos votos, eso sí, decisivos a la hora del recuento final. No se preocupen porque ahora no es usted un chaquetero ni un anti-demócrata, es usted un ciudadano ejemplar, que merece todos sus elogios. Bien es cierto que hasta que pasen las elecciones, después volverá a ser usted lo de antes. Conviene, pues cuidar convenientemente a este tipo de electores, no vaya a ser que por un quítame allá esta chaqueta se pierda más de un voto.

Ante estos días que se nos avecinan haga lo que crea conveniente: Vea la televisión, escuche la radio, lea periódicos, vaya a mítines pero, sobre todo, reflexione, reflexione y vuelva a reflexionar, no lo deje para el penúltimo día, que hace tiempo dejo de ser sagrado. Y después de bien reflexionado haga lo que le dicte su conciencia que es con quien, en definitiva, debe estar tranquilo.

T.P.

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