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Noté que aquellas mujeres me miraban raro y hablaban entre ellas.

ME RINDO, ESTE NO SOY YO.


Noté que aquellas mujeres me miraban raro y hablaban entre ellas.
Hace apenas dos meses, con la llegada del nuevo año, me propuse dar un «cambio radical» a mi vida, en todos los sentidos; decidí cultivar con devoción tanto mi salud física como mental y para ello puse en marcha un ambicioso plan que incluía dejar de fumar, apuntarme a un gimnasio para ponerme en forma, cuidados estéticos (depilación), iniciar cursos de inglés e informática, depurar mi cuerpo con una dieta sana y rigurosa y, para terminar, convertirme en una buena persona. Puedo prometer y prometo que afronté todos estos objetivos con la mayor ilusión y decisión, que he sufrido y aguantado todo lo humanamente posible y que he luchado hasta que ya no podía más, hasta que al final…me he rendido.

Nada más dejar de fumar comencé a sentirme fatal; no es que tuviera mono o ansiedad, no, es que empezó a dolerme el pecho y no dejaba de toser en todo el día. La garganta se me puso como el papel lija y la nariz se me congestionó tanto que sólo respiraba por la boca. ¡Horroroso! Sin embargo eso no me amilanó y decidí seguir adelante. En el gimnasio me fue muy bien los primeros días, le ponía muchas ganas e interés; me machacaba como un campeón en todo tipo de aparatos hasta que un día, cuando estaba sobre uno de esos artilugios de tortura, sentí una latigazo que recorrió todo el cuerpo y me quedé allí tirado sin poder moverme, rígido como una tabla: contractura muscular, con fisura de no sé qué músculo de la pierna y pinzamiento en las vértebras lumbares…todo eso me dijo el médico.

Mientras me recupera del incidente comencé con la depilación integral y los tratamientos y mascarillas faciales; aquello sí que fue la apoteosis. Había que verme dando berridos mientras despegaban las tiras de cera de mi piel. Como un marrano el día de la matanza. Hasta en la calle se me oía. Cuando todo acabó y me quitaron una mascarilla que me habían puesto en la cara para estirarme la piel, noté que aquellas mujeres me miraban raro y hablaban entre ellas. Yo ya notaba algo extraño porque me tocaba la cara y la notaba como rugosa. ¿Qué pasa aquí?- pregunté. –Disculpe caballero, pero ha tenido usted una reacción alérgica a un componente de la mascarilla y se le ha inflamado y enrojecido la cara. Reacción…componente…inflamado…¡joder! ¡ tenía el rostro como un pimiento morrón!

Ahí no acabaron mis desgracias. Unos días después y como consecuencia de la dieta macrobiótica y vegetariana que estaba llevando a cado, comencé a sentir una debilidad en todo el cuerpo y estómago empezó a hablar por su cuenta, como si tuviera voz propia. Entre las diarreas y la debilidad me quedé como el espíritu de la golosina, sin defensas a consecuencia de la dieta; tuvieron que recetarme vitaminas en cantidades industriales.

Aunque, la verdad, no tenía muchas ganas de juerga, decidí comenzar con mi mujer la dieta del «cucurucho» o la del «teto» para ver si me animaba un poco después de tantas desgracias. Al principio ella no lo entendió y cuando se lo expliqué comenzó a reírse, después siguió riéndose. Creo que todavía no ha parado de reír, es más, creo que ha dejado de reírse y ahora ya directamente se descoj…

Como consecuencia de todo lo anterior me fue imposible convertirme en una buena persona: amable, agradable, optimista, alegre, positivo. Resulta muy difícil poner al mal tiempo buena cara, así que decidí acabar con todo y volver a ser el que era, con mis defectos y mis virtudes, sin pretender ser lo que no soy. Y aquí estoy; he dejado las dietas y los gimnasios, el pelo me vuelve a crecer, he cenado un buen plato de fabada con un par de chuletas de palo y mientras escribo este texto me estoy tomando un café y fumando un par de cigarros a la salud de Phillip Morris. Ahora, cuando termine el artículo y lo envíe a Besana, iré a ver a mi mujer por si acaso ha dejado de reírse. ¡Ay Señor…!

EL PÁNCARO.

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