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¡ESPAÑA, CIERRA ESPAÑA!


Han tenido que ser once jugadores manejando con destreza y habilidad un balón de fútbol los que lo han conseguido. Después de años, décadas más bien, de polémicas y divisiones, los españoles nos hemos unido entorno a nuestra bandera rojigualda con el objetivo de ser campeones del mundo de un deporte que inventaron los ingleses. La insignia nacional ondea en mástiles, balcones, terrazas, ventanas…cualquier lugar es bueno con tal de que la bandera sea bien visible.

Y es curioso, porque precisamente ese fue el objetivo –el de ser bien visible- para el que fue creada. Sucedió en el año 1785 cuando el rey de España, por entonces el Borbón Carlos III, decidió convocar un concurso para elegir una bandera que sería colocada en los mástiles de nuestros barcos, de guerra y mercantes, durante sus travesías por alta mar. La tradicional bandera blanca de los borbones provocaba continuos errores de identificación a largas distancias y constantes encontronazos indeseados con los barcos de otras naciones rivales. De los doce bocetos presentados al concurso, fue elegida la que hoy todos conocemos con el escudo de Castilla y León. La bandera elegida lucía ya en 1786 en los masteleros de nuestros barcos. Poco a poco su uso se extendió a las demás unidades militares y a distintos organismos oficiales, hasta que en 1908 ya era la única bandera oficial del Reino de España.

Unidos por esta bandera y al grito de ¡Podemos! o ¡A por ellos! toda España se paraliza cuando juega la Selección Española, a la que ahora llaman «la roja». Realmente no nos jugamos nada importante, pero viendo nuestro comportamiento ante la pantalla del televisor parece que nos estemos jugando la vida o quizás es que necesitamos evadirnos durante un rato de nuestros problemas cotidianos.

Esto no es nuevo en la historia de España; la diferencia es que nuestros antepasados sí se jugaban la vida ante el enemigo en los campos de batalla. Pobres, mal pagados y harapientos lucharon y murieron bajo otras banderas y otros guiones. Ellos también tenían un grito de ánimo, de furia, de desesperación: ¡Santiago, España, cierra España!, que no significaba otra cosa que ¡guardaos, que ataca España! Y de este modo se convirtieron en soldados crueles y temibles e hicieron de España la dueña de medio mundo.

En nuestros cientos de años de historia, los españoles no nos hemos puesto nunca de acuerdo en casi nada, hemos discutido hasta por el lugar por donde sale el sol con tal de llevarnos la contraria unos a otros: castellanos, murcianos gallegos, catalanes, vascos, navarros…enfrentados durante siglos por cualquier nimiedad y siempre llevándonos la contraria. Sólo nos hemos unido, como ahora con la selección de fútbol, cuando hemos tenido un objetivo que conseguir o un enemigo común contra el que luchar. Nuestra historia está llena de ejemplos: la reconquista contra los musulmanes, las guerras de religión, la Guerra de la Independencia contra los franceses. Durante sus últimos años de vida, Napoleón Bonaparte le contaba a su biógrafo que su mayor error en la guerra contra España había sido darle a los españoles, zafios e incultos, un motivo por el que luchar, un enemigo contra el que unirse. Así nos hemos pasado la mitad de nuestra historia: luchando contra todo tipo de enemigos; desgraciadamente, la otra mitad la hemos empleado en destrozarnos a nosotros mismos. No resultaría extraño que la historia de Caín y Abel hubiera tenido lugar en cualquier lugar de nuestro país.

Después del Mundial de fútbol volveremos a machacarnos unos a otros como hemos hecho toda la vida, pero, de momento, disfrutemos de estos días en que todos estamos unidos por un mismo objetivo. Si los nuestros ganan, serán héroes y dioses modernos. Si pierden…¡qué Dios les coja confesados! La bandera rojigualda será el símbolo de nuestras ilusiones, una bandera que siempre ha sido inocente, pero a la que siempre hemos utilizado para hacernos daño.

A mí me gusta la bandera española. No es ni mejor ni peor que las demás, ni más bonita ni más fea, pero es la nuestra y simboliza todo lo que fuimos y lo que somos, está en nuestros genes. A mí me gusta verla amarrada en su mástil cuando la empuja el viento, pero me gusta más cuando la veo en compañía de otras muchas; la miro y…no sé…, me parece que es la que mejor ondea.

EL PÁNCARO.

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