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CUENTO : DUENDES Y UNICORNIOS.

Hace muchos, muchos años…
Había un paraíso natural enorme…Por ejemplo, un bosque.
Era un lugar muy bien cuidado, muy bonito y especial.
Allí, dónde reinaba la madre Naturaleza y sus maravillosos elementos (tierra, agua, aire…) convivían en la más absoluta armonía con sus habitantes.
Por allí se podía ver una gran variedad de especies de animales, de árboles, de plantas, de alimentos totalmente naturales y deliciosos.
También había grandes zonas rocosas, que con un poco de imaginación podrían verse figuras interesantes. Incluso cuevas que cobijarían a los animales de mayor tamaño.
Entre tanta roca había algunos huecos por donde manaban hermosas cascadas de aguas cristalinas, que terminaban en el caudal de un río muy largo.
En el mismo río y a través de sus aguas transparentes y de gran pureza, se dejaban ver los peces de muchos tipos, colores y tamaños.
En las noches de este paraíso, se podía sentir un gran silencio.
Cada animal se metía en su guarida hasta el amanecer. Las puestas de sol, podría decirse que estaban cargadas de magia.
Todos los animales las observan desde sus cobijos expectantes, como si cada una de ellas fuera la primera. E incluso esperaban a ver anochecer, viendo el cielo estrellado o quizá los más pequeños, contarían estrellas para dormir.
Un poco más lejos existía un lugar que todos los animales respetaban y apenas se acercaban por allí, tan solo en contadas ocasiones.
Y era un paisaje aun más especial, era mágico; allí poblaban los unicornios.
Digamos que cada animal iba a lo suyo, sin entrometerse en nada de los demás.
¡Reinaba la paz!

Un día, llegó un grupo de duendes al bosque, como si fueran los únicos que habitaran aquel lugar. Eran muy ruidosos y alguno que otro un poco travieso. Rápidamente se asentaron donde les vino en gana, acabando con la calma del bosque.
Los demás animales los miraban sin parar, no comprendían sus costumbres ni sus modales tan molestos. Se colmaron de paciencia, aunque aquel comportamiento era muy difícil de soportar.
La primera noche, nadie pudo descansar, los duendes con sus cachivaches a modo de instrumentos, no dejaban de hacer ruido, o sus risas tontunas, los cánticos que hacían, ¡Vamos, que se montaron una buena fiesta!
Al llegar la mañana, todos los duendes dormían al raso despreocupadamente, habiendo dejado todo por allí tirado, ensuciando y rompiendo todas las reglas de convivencia de una atacada.
Cuando éstos, se hubieron saciado de dormir, empezaron a servirse de los alimentos que iban encontrando, sin respetar una vez más, el descanso de los demás animales, ahora sus vecinos, ni tampoco la alimentación de los mismos.
La convivencia, se convirtió en un auténtico desastre. Pues esa situación, se sucedió por muchos días.
Los animales, antiguos inquilinos del bosque por mucho, mucho tiempo antes, no habían visto nunca nada así, por el contrario, los duendes, ya venían de otros territorios arrasando con todo sin piedad, pero no se daban por aludidos de los gestos de los otros animales, o puede que directamente no eran conscientes de su mal hacer.

Esta situación no podía prolongarse por más tiempo y algunos animales fueron a pedir consejo al otro lado del bosque al gran rey de los unicornios.
Dialogaron largo rato los animales con el rey unicornio y casi anocheciendo se marcharon.
Al llegar de nuevo a su territorio. Ven todo descuidado y todos los duendes están dormidos.

– ¡Esto no puede ser! – dijo el Oso.
– ¡Habrá que darles un aviso a estos duendes y si no saben convivir con los demás, tendrán que buscarse otro sitio para vivir! -dijeron las ardillas.
Se colocaron todos los animales alrededor de los duendes, esperaron a que despertaran y les explicaron que esa no es forma de vivir y que deben de respetar las normas como los demás animales o tendrán que irse.
Uno de los duendes, quizá era el más mayor o el más listo, se puso en pie diciendo – tenéis razón, nos hemos comportado mal y tendremos que aceptarlo, pido perdón en nombre de todos los duendes. Trataré de hacerles entender que debemos cumplir vuestras reglas, si no, tendremos que cambiar de lugar-
-Otra cosita, vecinos. Con tanta fiesta, no hemos buscado donde quedarnos, ¿sabéis de algún lugar donde poder quedarnos, por favor?
Una conejita dijo que entre los matorrales había mucho sitio. Y allí se ubicaron los duendes.
Pasaron varios días en calma, pero pronto algunos duendes aburridos con tanta tranquilidad empezaron a hacer trastadas:
A los pobres monitos les quitaban los plátanos dejándoles a cambio la miel que le habían quitado a los osos.
A los conejos les cogían sus zanahorias y en su lugar ponían las nueces y bellotas de las ardillas.
Las zanahorias las llevaban a la cueva de los osos…
Así se pasaban el día, haciendo travesuras.

Un unicornio que revoloteaba por allí, vigilando lo que estaban haciendo aquellos duendecillos, bajó hasta ellos y les invitó a subir a su lomo. -venid conmigo pequeños hombrecillos, os voy a enseñar un montón de cosas. ¡Agarraos fuerte vamos a volar! –
Los duendes estaban muy impresionados con todo cuánto veían desde tan alto, muy felices porque estaban volando.
Después de un buen paseo aéreo, el unicornio fue poco a poco bajando para tomar agua en el río y se puso a jugar con los pececillos, los patos, ranas y otros animalitos que pronto se acercaron a él contentos con su visita de cada día y al mismo tiempo curiosos por la presencia de los duendes, que no se acercaban al agua ¡Les daba miedo!
Disimuladamente el unicornio les salpicó de agua para invitarles a jugar, pero no se movían de la orilla. Poco a poco con mucha delicadeza, les fue acercando más, hasta conseguir que se mojaran los pies y manos.
Confiando en su nuevo amigo el unicornio, entraron en el río y comenzaron a jugar con el agua, vieron que no pasaba nada, estaban felices.
En aquella excursión, pudieron conocer a muchas especies de animales. Descubrieron otras formas de vida, y en especial, que todos se respetaban y que cuidaban su entorno porque era lo que tenían y de lo que vivían al mismo tiempo.
De camino a casa ya de noche, pudieron ver todas las maravillas desde otra perspectiva.
El día y la noche, lo hacía ver todo tan diferente…
Cuando llegaron al encuentro con todos los demás duendes y animales, el unicornio se despidió y prendió el vuelo de nuevo. Pero antes les dijo que pensaran en la excursión y como les había gustado ver todo.
Los animales que los vieron llegar con el unicornio, les saludaron muy contentos.
Ellos, también estaban preocupados por la desaparición de aquellos duendes y le dieron las gracias al unicornio.
Los duendes habían quedado tan fascinados, que se lo contaron todo lo que había pasado durante aquel día al resto de los duendes.
A la mañana siguiente, todo estaba en su lugar, cada animal tenia a la puerta de su casa un montón de los alimentos que cada uno tomaba, sin trucos ni equivocaciones.
Además, en el centro de un gran tronco de un árbol ya caído, dejaron muchas provisiones para todos.
Estaba claro, que aquellos duendecillos habían trabajado duro aquella noche, para recuperar el orden y así querían disculparse con los demás por sus travesuras.
Habían realizado un buen trabajo con mucho silencio para no molestar a ninguno de los que allí vivían. Estaban tan cansados que fueron a descansar para reponer fuerzas.

Al amanecer y ver cada animal lo que tenía delante de sus ojos, se reunieron para agradecer el gesto y perdonar a sus nuevos vecinos.
También vieron que es bonito compartir y convivir con otros seres vivos diferentes a nosotros.
Fue una gran lección para todos, pues unos pudieron mejorar sus costumbres, su comportamiento, a pedir perdón y a aprender a convivir con respeto hacia los demás.
Y los otros, descubrieron el poder de la paciencia, la perseverancia y a perdonar.
Entre todos hallaron el secreto para poder vivir juntos, felices y en paz.
Ahora el bosque lo habitaban, duendes, animales de diversas especies y de vez en cuando les visitaban los unicornios.
Al mediodía, celebraron una nueva alianza.
Y cada día, observaban pacientes los atardeceres, esperando con ilusión la llegada de un nuevo amanecer.

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