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Mi cuerpo, entrelazado entre veneno y rebeldía. Alfonso Prieto

A todos no nos van a gustar las sopas, es evidente; no sé por dónde empezar, pero está claro que para mí la joya más bella, que más me ha impactado por su diversidad y morfología tan hermosa, es el toro bravo. En su finca, con las encinas en plena naturaleza, donde cohabita todo bicho viviente, donde cada uno hace su tarea ecológica y de limpieza, respirando un aroma de campo sin contaminación, es una gozada. Donde las estaciones del año se entrelazan con una armonía de belleza, llena de libertad y de paz, transmitiéndote toda clase de olores, donde tus ojos se refrescan de satisfacción y sosiego, te llega una brisa, que si paseas por estos campos no matan, te dan más vida, si cabe.

Muchos políticos zoquetes y gente que, creo, no saben lo que es la naturaleza salvaje, pienso que está dominado este acoso y derribo por gente de Holanda y de algún país más, en contacto con el mío, que se los quieren cargar.

Tengo que decir lo que siento, como lo hacen los demás que están en su derecho, no me gusta esconderme detrás de una encina.

Con 16, 17 años, como me gustaban tanto los toros y era rebelde de cojones, que alguna vez me escapé a las tientas y otros sitios, donde dormía en algún pajar, dando disgustos a mis padres, que no sabían dónde andaba, pasándome horas mirando a los toros entre alambradas o subido en una tapia. Para mi aquello era una maravilla, como si llevara veneno en mi cuerpo, mis pequeños ojos se delataban al observarlos, aquella belleza de animales.

Quería ser torero desde niño, no me importaba el peligro, es como a una criatura que le gusta darle al balón y se lo quitan, o que quiere estudiar y tiene que dejarlo porque le obligan a trabajar. A mí, los cuernos nunca me dieron miedo, había otras cosas más penosas, como las necesidades que se pasaban, no es como contarlas, hay que vivirlas. Para mí, entonces, morir por asta de toro hubiese sido un lujo, porque es algo que no puedo describir con palabras, con esos sueños de noche y de día. Sería por algo.

Pasa poco tiempo y Mundo, el de “La Capri”, hace una plaza cerrada; que por aquí no había. Este pueblo se convierte en referencia del progreso por muchas cosas. Viene la fiesta y da una novillada. El cartel: Aníbal Sánchez, Pepe Llantada EL MAESTRO y Curri de Camas; tres novilleros punteros que luego se apagaron pronto.  Tenía el veneno en el cuerpo y me tiré de espontáneo con un saco de nitrato de Chile, pintado de anilina. Después de dar el novillero las verónicas de rigor y las banderillas, el novillo quedó un poco suelto, mientras que iba a buscar la muleta y brindaba al público, fue mi ocasión.

Pegué un brinco y como todos los de la cuadrilla estaban en la barrera, me puse delante del toro, a menos de un metro, no sé si le daría algún natural o pase de pecho, porque salieron los peones como lobos tirándome el capote a los pies, con mucho peligro, pero yo, más me arrimaba a los cuernos, porque si me retiraba me cogían. Allí estuve un rato, sabiendo que era ilegal, con el siguiente peligro para el torero y los peones. Ya me cogieron los guardias, uno de cada brazo, saliendo por primera vez por la puerta grande de mi pueblo, boicoteándome la fiesta por el delito que había cometido, dándome mi padre las dos orejas y al día siguiente (porque tardaron en desollarlo), el ayuntamiento el rabo, con una recetita, que a mi querida madre la empapó en lágrimas. Fue lo que más me dolió. Pero como era joven seguí ahí.

Seguía, porque los sueños no se convertían en realidad y con todo el dolor de mi corazón no llegué a nada, sin matar a ningún toro, aunque hice algún pinito en Bilbao cuando estuve en las fiestas de los pueblos y algún cacho de charlotada con mis amigos cuando vine a Villoria. Tanto me gustaban que, no ha habido una noche de mi vida sin un toro en mi cabeza.

Tuve muchas trabas, algún correazo, por lo que más me ha gustado ser y nunca fui. Con más miedo a las personas que a los toros, pero como tuve la suerte de nacer en una familia larga y humilde, no entraba en el sistema.

El otro día soñé que era joven y toreaba en Babilafuente. Preparado con mi traje de luces y con gran expectación. Me sacan un toro sin cuernos, estaba la plaza llena y se salía la gente. Otras veces sueño con un toro con un cuerno para atrás y otro para abajo, o se pone a llover a chaparrón y empiezan a silbarme. Mi cuerpo y mi mente medio dormida, palpan esas risas de la gente, y me siento ridículo. Pero la cabeza no deja de maquinar.

Me despierto encabronado y digo, todavía voy a batir el récord que debe tenerlo Curro Romero, que dejó los toros a los 66 años. Así que lo paso muy mal, sueños surrealistas. Pero como digo yo, la vida se acaba cuando dejas de soñar, la esperanza cuando dejas de creer y el amor cuando dejas de cuidarlo.

Así que seguiremos soñando, aunque lo pase mal. Pero por favor, dejad que lo hagan los jóvenes que aman al toro, la naturaleza y sus consecuencias. No les cortéis en sus años de juventud sus ambiciones, porque no hacen daño a nadie. No son juerguistas, no se drogan, procuran cuidarse, aunque no lleguen a la cima, porque la vida nos pone a cada uno en nuestro sitio, pero respetar al que quiera ir a los toros y el que no quiera ir que no vaya. No tratar con esa inquina a los toreros que mueren, que los matan, se mofan de sus familias y amenazan cuando ven que los han matado en una plaza. ¡Adónde hemos llegado! ¿Es antes la vida de un animal, que la de una persona? Como le sucedió hace poco a Víctor Barrio, a Fandiño y otros.

Como esto siga así, con el problema que tenemos actualmente, puede que desaparezcan la mitad de las ganaderías. Muchos puestos de trabajo irán al garete, se cortarán millones de encinas para hacer campos de labranza, sin darnos cuenta que las plantas son el pulmón de la naturaleza. Nunca he visto un fuego en una finca de toros bravos, porque tienen el campo limpio, siendo más ecologistas que los que braman: ¡toros no!

No hay que ser muy inteligente para saber que cada bicho, en esta tierra, tiene su caducidad y su cometido, como los corderos, cabritos, cerdos, pollos, que lloran cuando los matan, pero es parte de esta vida y, a las personas también nos pasa receta.

También me apena ese precioso toro que va al trapo sin cabecear, entregado hasta la estocada mortal. Pero han disfrutado de cinco o seis años correteando y bramando a su libre albedrio, por hectáreas de fincas, comiendo lo que han querido, retozando por esos campos tan bellos de encinas y matorrales, sin que les moleste nadie hasta enjaularles para su final.

Yo digo, como somos tan humanos, ¿por qué no nos ponemos delante de esas marchas kilométricas, donde van niños y mayores que mueren por los caminos, carreteras embarradas, llenos de frío por causa de esos malditos dictadores que expulsan a miles de personas de su patria y sus casas, de las que muchos no han tenido la suerte de salir de ellas porque las han bombardeado? Vamos a dar un paso y ser valientes.

Los toros son cultura, es la fiesta nacional, los pequeñines de mi pueblo están deseando que llegue la fiesta para ir al encierro, ver una corrida o un rejoneo, dando esos días vida al pueblo y como sois tan valientes ir a Pamplona y os ponéis a las ocho delante cuando dan el chupinazo. ¿Sabéis los miles de millones que genera la fiesta brava y los puestos de trabajo que dan? ¿Qué queréis? ¿Que desaparezcan los que componen este mundo? Pero seguro que os gustan unos buenos chuletones, ese cabrito, ese cordero o el jamón de pata negra. ¡Ah! no me daba cuenta que como sois vegetarianos, solo coméis berzas.

No destrocéis parte de nuestra historia y de nuestra cultura, como a mí me pasará cuando casque el peine, metido en una caja de pino para que los seres vivientes anden por mi cuerpo gastado de muchas batallas, intentando sobrevivir, porque es parte del juego de nuestras vidas. Yo la he vivido intensamente, pero también hay que saber morir; a la fuerza no se pueden hacer las cosas, porque si no, los toros no pueden dar lecciones de convivencia, por lo menos los que toreo en mis sueños, que no tienen cuernos. Esto es como el turismo, que nos deja millones y millones y muchos puestos de trabajo; también, algunos borrachuzos de otro país que hacen lo que quieren, pero nos interesa que vengan. Con sus juergas por las noches, (que no nos dejan dormir) pero hay que aguantarlos y darles las gracias porque dejan su dinero para que los españoles podamos vivir. Es como una cadena. Si se rompe, nos quedamos aislados del mundo, que es de todos, pero sin imposiciones. Como los carnavales, el que quiera que se vista, pero no intenten quitar tradiciones de muchos siglos, porque yo a eso les llamo dictadores, que nunca me han gustado.

Un abrazo

ALFONSO “EL PINDOQUE”

Y como homenaje a esos hermosos animales, que son los toros, os dejo unas bellas estampas paciendo entre encinas, por los campos charros.

FOTOS DE JULIAN BARRERA Jr.

 

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