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Nostalgia del pasado

LOS MOROS Y LAS PERRONILLAS DE LA TIA ROSA


Nostalgia del pasado
El domingo como de costumbre fui a buscar pan a casa de la tía Rosa, allí estaba el biznieto, esta es una saga de cuatro generaciones, la primera la señora Rosa y el señor Duque, la segunda su hija Crucita y Manolo su marido, la tercena Rosi y Rome su marido y la cuarta un mocito que está allí despachando, que es el hijo de estos últimos.

Al llegar me entró nostalgia del pasado, en las estanterías había una de bollos de todas las clases, esas roscas bañadas que parecen que han salido de la ducha, que dan unas tentaciones de comérselas porque lo están pidiendo a gritos, y yo ahora casi ni las pruebo, ahora que puedo.

Tenía yo como 10 años en 1953, España estaba muy tocada y se pasaban putas. En mi casa por entonces andaba el Pancaro, ocho de familia, pocos jornales. Yo me vestía con lo que me dejaban los mayores según iban creciendo, calzarme poco más o menos, hasta llegué a ponerme unos zapatos negros que por uno de ellos me salía el dedo gordo y se me veía la uña dando un cante terrible, pero yo que era muy ocurrente para no dar el cante me pintaba la uña de negro con aquellos botes de alcanfor que brillaban como las estrellas. Para mi entonces en zapatos no había números, pero nos amoldábamos a lo que teníamos y éramos felices, era cuando se acercaban las fiestas, porque aquellas madres hacían milagros, nos llenaban el buche como a las palomas y luego estaban los famosos bollos de la señora Rosa que se salían del tiesto, con una copichuela de coñac o de anís.

Por aquellos tiempos, ocho días antes de la fiesta, nos dice mi madre – hijos, voy a hacer esta noche los bollos en casa de la tía Rosa. y le daba hora, para que no los dijera. Recuerdo que alguno más y yo la dijimos, vamos con usted; nos decía que no, porque era muy tarde y nos daba sueño, dejaba encargada a mi hermana Pepa, que es dos años mayor que yo, que tuviese cuidado no armásemos alguna. Mi hermana con su juventud ya era muy responsable, la tocó mucho, tengo que decir muy orgulloso que fue nuestra segunda madre, así que nos fuimos a la cama, yo con Pauli y con alguno más al sobrao, durmiendo en el colchón que estaba encima de la madera, no había habitaciones abajo para todos, se cogieron mi padre y mi madre el pendingue y se fueron al horno.

Nos acostamos pero no me quedaba dormido, esperando la presa como los leones en La sabana, allá a las dos sentí la puerta, llegando mis padres con dos buenas cestas de bollos, me llegó un olor hasta lo más profundo de mi cuerpo. Ahora los tenían que guardar abajo, se detectaban volando, había que guardarlos en lo más alto del sobrao para que no alcanzásemos a cogerlos, total que me los metió en los morros, dijo mi padre están dormidos como troncos, los dejaron y bajaron abajo a dormir.

Pero con aquel olor como me iba a dormir, porque los esperaba como agua en mayo, le dije a mi hermano Pauli, chico despierta que ya han llegado los bollos, me dijo déjame en paz que no paras.

Así que me levanté a oscuras y los detecté, como el detective Sherlock Holmes, querido Watson, aquí han fumado, diciéndole como lo sabes, hombre no ves esa colilla. Tenían una manta delante sería para que no olieran, así que me subí como pude y me hinché, yo creo que mis hermanos estaban acatarrados, porque no dieron con el nido. Pero el nido ya estaba descubierto y empecé a hacer como las hormigas, cada día me comía tres o cuatro, y luego encima cogía unos cuantos y los iba guardando, como había muchos decía yo mi madre no se entera.

Llegaron las fiestas y dijo mi madre parece como si hubieran andado a los bollos, yo creo que los tenía que haber guardado en casa de una vecina. Pasan ocho días después de la fiesta y le dice mi madre a Justo el mayor, hijo coge las aguaderas con dos cantaros y vete a la fuente a coger agua. Los aguaderones están en lo mas alto del baúl, los bajan que yo ya lo estaba temiendo y se asustó mi hermano, dijo ¿madre como ha guardado los bollos en los aguaderones?, aquella querida mujer por poco se desmaya, diciendo pero hijos como me hacéis esto,¿ quien ha sido?, según decían todos los ojos se clavaban en mi, diciéndome mi madre cuando vas a cambiar y yo llorando que no había sido, y mi padre como hagas otra te cuelgo. No me colgó, pero hice más porque luego se me adjudicaban todas.

Había otra panadería, la de nuestra tía Salo que murió hace tres meses con 102 años, aquí iba yo a buscar el pan con una tarja de madera, te hacían una muesca en ella como los pistoleros en el oeste, al terminar el verano se hacían cuentas y pagaban porque no llegaba con la recolección, aquí íbamos a asar las remolachas en el invierno por las mañanas, que te sabían a gloria.

Mi tía tenía un hijo más pequeño que yo, Pepe, y una tarde salió a merendar a la calle con un buen bollo y media tableta de chocolate, allí estábamos bastantes chavales y los ojos se iban al chocolate, era una tentación. Cogió uno de ellos lo empujó y le quitó el bocata, salió corriendo que no se si todavía habrá parado, mi primo se metió en casa llorando, que le darían otro, pero jamás volvió a salir más a la calle con un bocadillo, mi amigo todavía me lo recuerda, el que se lo quitó.

Ultima historia, tengo un primo que le quiero mucho Jesús, «Peraca», siempre hemos estados juntos. Mi padre y mi tío llevaban las tierras de Riolobos juntos, tenían una pareja de mulas muy buenas que se llamaban Castañera y Serena, las dejaban en casa de mi abuelo Paulino y la abuela Carmen que vivían en la carretera, pues mi primo y yo les íbamos a echar de comer por la mañana, porque luego tenían que sacarlas para labrar el campo, era cerca de las navidades, donde las brevas ya estaban maduritas, según pasábamos por una calle había un breval hermoso, estaba en la entrada de la casa del señor Piquero y pegando a mis abuelos había otro el del señor Pupo de la señora Gripa. Como salían la mitad para la calle y la otra para el huerto, después de echar las mulas cogía un canto y tiraba, casi siempre caía alguna esparruchada, pero no importaba, el tío Pupo que se llevaba bien con mis padres se lo había dicho y me decía mi padre que no me tengan que decir nada de vosotros, pero con la honradez que tenía se hacía un poco el tonto y si llegaban 10 brevas todas las mañanas teníamos una por barba.

Pero un día cojo un canto y le dije a mi primo cuando cojamos unas cuantas salimos corriendo, porque ya sabía el tío Pupo quienes eran los delincuentes, que alguna vez salió en calzoncillos detrás de nosotros, que le servían casi de camiseta, así que le dije a mi primo, estate al loro que voy a tirar un canto y cayeron unas cuantas, cojo otro miro para arriba para ver las que caían, pero lo que cayó fue el canto encima de la chinorra de mi primo haciéndole una pitera, cuando vio la sangre salimos corriendo pero sin soltar las brevas, que digo que se comerían, se asustaron en casa y ya tomaron medidas mi padre y mi tío para que no volviera a suceder y yo dije hasta el siguiente año, porque para el hambre nunca hay pan moreno.

Un abrazo amigos.

ALFONSO «EL PINDOQUE»

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