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MI PRIMER VIAJE CON MI ABUELO A SALAMANCA

RETAZOS BIOGRÁFICOS

MI PRIMER VIAJE CON MI ABUELO A SALAMANCA
Recuerdo aquel viaje que hice en tren cuando aún era un niño. Iba con mi abuelo a Salamanca, mis ojos solo miraban para adelante cuando iba en aquel tren, sacaba la cabeza por la ventanilla y miraba y miraba como queriendo llegar antes de tiempo a Salamanca y aunque me cegaba con el humo y la carbonilla que echaban las chimeneas de la máquina. No cerraba los ojos para no perderme nada de los lugares por donde íbamos pasando, contaba los postes del teléfono hasta que perdía la cuenta, de vez en cuando me distraía por algo que se cruzaba, casas, árboles, todo me parecía distinto, pero lo que más me impresionó fue al llegar a la estación y ver allí tanta gente que iban y venían sin rumbo fijo, cargados con maletas, sacos y otros bultos que para mi eran desconocidos. Me parecía que estaban perdidos como yo, que gracias a mi abuelo que él si sabía por dónde andaba y lo que hacía, me sentía seguro. Pero como hace cualquier niño, le aburría a preguntas diciéndole, el por qué de todo cuanto veía, pues para mí que era la primera vez que iba a Salamanca, todo se me hacia grande, por eso no hacia más que preguntar y preguntar. Recuerdo que cuando bajamos en la antigua estación que era muy distinta a la de hoy me pareció grandísima, pues yo la única estación que conocía era la de Babilafuente, así que le seguí preguntando el por qué era tan grande, el por qué había tantas vías, qué hacían allí tantos trenes,…Mi abuelo, que tenía una paciencia de santo, siempre tenía respuestas para todo, hasta me dijo el porqué las maquinas echaban aquel inmenso chorro de humo, pues eso también se lo había preguntado. Para mí todo era nuevo, grande y diferente a lo que yo conocía, era lógico, yo nunca había salido del pueblo.

Seguimos el camino pues íbamos a la feria de ganado que se hacía en el Arrabal, por tanto, teníamos que a travesar toda Salamanca a pie pues por entonces no había ni tranvías ni autobuses, y si los había yo no lo sabía. Esto para mi fue una gran experiencia porque fuimos por todo el centro que me sirvió para seguir preguntando el por qué de todo ya que todo lo veía raro, diferente. Me acuerdo cuando llegamos a la Plaza Mayor, plaza que su interior era muy diferente a como es ahora, pues la explanada era un inmenso jardín, que como era primavera estaba preciosa, por primera vez vi flores que yo jamás había visto. Recorrimos toda ella para verla bien y allí era mi abuelo el que me iba diciendo el nombre de las flores que yo no conocía, que eran muchas, yo quede extasiado de tanta hermosura en un sitio como aquel, pues yo pensaba que flores así solo se podían cultivar en un huerto, no en un sitio rodeado de bellísimos edificios y soportales con columnas que en cada una de ellas había esculpida la cara de una persona famosa que yo no conocía, tan solo conocía una que era la de Franco pues la veía cada día colgada en el colegio.
Todo era diferente a como yo pensaba que era una plaza, pues solo conocía la plaza de mi pueblo en la que no había nada, solamente un pozo para sacar agua para dar de beber a los animales del barrio y una Iglesia que parecía estar mal cuidada y vieja ya que hasta las palomas entraban por los agujeros que tenía el techo y unas casas, que posiblemente eran muy antiguas pero que no se parecían en nada a las de la Plaza Mayor, nombre que me dijo mi abuelo que se llamaba la Plaza de Salamanca, Mayor, la de mi pueblo ni siquiera tenía nombre, aquella era tan diferente, que no era extraño que a mí me dejara con la boca abierta. Después de pasear por los jardines, mi abuelo me llevó a pasear por debajo de los soportales y si los jardines me sorprendieron, el paseo por los soportales más, porque los curas iban en grupo, como lo hacíamos nosotros con los amigos en el pueblo. A mi me parecían curas muy jóvenes, pues yo tenía en mi retina el cura de Villoria, Don Pedro, que siempre me pareció viejo, por eso no me cuadraba, como no me parecía normal que no llevaran coronilla y le volví a preguntar a mi abuelo. Abuelo, ¿por qué estos curas no llevan coronilla? Abuelo, ¿hay en Salamanca tantas iglesias para tantos curas que andan por aquí? Mi abuelo como siempre me despejó las dudas: ¡No, hijo no!. Es que estos no son curas, son estudiantes de curas, pero tienen que vestir así para irse acostumbrado a la sotana para cuando sean curas de verdad, y yo como siempre lo que me decía mi abuelo era sagrado, le creí. Pasados algunos años, aun seguían vistiendo como la primera vez que yo les vi, pues es sabido que hay cosas que no cambian de la noche a la mañana y las de la iglesia más, pues aun tardó en cambiar.

Seguimos dando vueltas a la plaza porque yo se lo pedí, quería ver los escaparates que era toda una novedad para mi, pues era la primera vez que veía algo así, en el pueblo eso era algo que no había, por eso a mí me llamaban tanto la atención los maniquís vestidos como si fueran personas de verdad. Otra sorpresa fue cuando llego hasta mi un olor tan agradable que no me aguanté y se lo dije: ¡abuelo, abuelo que bien huele!. Mi abuelo ya sabía el por qué y me dijo: ¡Claro hijo, es que ahí hay una pastelería!. Cuando llegamos a ella mis ojos de niño se quedaron extasiados mirando el escaparate ante tantas golosinas, mi abuelo se dio cuenta del ansia que yo tenía de uno de aquellos pasteles y aunque no se lo pidiera, él me dijo ¡vamos!, entra y coge uno. Así lo hice y cogí el que me pareció, luego supe que se llamaba un milhojas. Aun creo que recuerdo lo riquísimo que me supo pues era el primero que comía en mi vida. Pasados unos años pensando en el detalle cariñoso que mi abuelo tuvo conmigo, me he dado cuenta, que mal tenía que andar mi abuelo de dinero, que él no compró nada para él y eso que no había metido bocado desde que salimos de casa, aunque llevábamos en las alforjas la fiambrera con la comida, una tortilla, pan, unos torreznos y una botella de vino que pensábamos comer y beber cuando llegáramos a la feria, como así fue.

Seguimos el camino hacia los pizarrales y pasamos por la casa de las conchas y mi abuelo me dijo: Mira hijo, mira esa fachada, se llama la casa de las conchas. Yo entonces no conocía otras conchas que no fueran las de los caracoles que se criaban en Villoria por eso me parecían raras aquellas conchas, pero otra vez mi abuelo me sacó de dudas al explicarme que clase de conchas eran aquellas. Me dijo que eran las que llevaban los peregrinos que hacían el camino de Santiago, pero estoy seguro que no sabía que esas conchas eran de vieiras, un molusco típico de las rías gallegas, aunque a lo mejor él sí lo sabía porque muchos veranos segó con gallegos, que a veces traían alguna con ellos prendidas como adorno en sus sombreros.

Seguimos el camino y pasamos junto a la catedral, que tengo que decir que si la plaza mayor me había impresionado, como también la casa de las conchas ahora la catedral ya era demasiado. Yo miraba para arriba y no salía de mi asombro y me decía qué como habrían podido subir aquellas piedras tan grandes tan arriba. Otra vez mi abuelo me sacó de dudas y me lo contó como a él se lo habían contado. Me dijo qué para subirlas habían hecho una carretera que iban subiendo a la vez que la catedral y que así con bueyes subían las piedras hasta el final y que así mismo subieron las campanas y que cuando acabaron la catedral, deshicieron la carretera dejando la catedral tal y como estaba ahora. Yo quedé en aquella ocasión convencido pues por entonces, yo no veía que pudiera ser de otra manera. También me acuerdo que cuando yo miraba extasiado, un señor con un bonito sombrero y pajarita, se debió de dar cuenta de que yo estaba embelesado y me dijo: ¡Qué chavalín!, ¿te gusta?…es impresionante verdad, ¿quieres saber a qué época pertenece?. Pues sí, señor, le dije. Pues es Gótica o Plateresca, yo no entendía nada, pues nada sabía de modelos, ni de épocas de las catedrales, mi colegio se había reducido a cosas muy diferentes y tampoco mi edad era para preocuparse de eso. Pero tengo que decir que lo de plateresco me impresionó mucho en aquel momento yo entendí que también estaba hecha de plata, yo miraba para arriba y veía la cúpula que en aquel momento le estaba dando el sol, brillaba como si de verdad fuera de plata. Se fue aquel señor y me quedé con mi abuelo y le pregunté: Abuelo, ¿de verdad, que la catedral esta también hecha de plata? y me dijo: No hijo, no, es de piedra y de piedra de las canteras de Villa Mayor. Esto sí que lo sabía mi abuelo, pues le tocó trabajar en esas canteras cuando era joven y allí lo sabían bien, que de allí había salido la piedra de la catedral de Salamanca y para otros edificios importantes que había en la ciudad.
Dejamos la catedral y seguimos el camino a la feria por la calle Tente Necio y le pregunté a mi abuelo el por qué de ese nombre tan raro. Él, que no se aburría conmigo, preguntara lo que le preguntara, siempre tenía la respuesta, y me dijo: Dicen que un día que iba la calle a tope de gente camino a la feria de ganado, de pronto vieron que venía un toro bravo por la calle que se había escapado de la feria. Y sin saber cómo, ni de dónde, salió un hombre que al ver que el toro venia hacia la gente y que iba a suceder una desgracia se puso delante del toro y levantando el brazo, le dijo «¡¡Detente,…Necio»…y ¡¡milagro!! el toro se paró. La gente que vio aquello contaron lo que vieron y las palabras que escucharon y dijeron, esto ha sido un milagro. Y que aquel hombre posiblemente era un Ángel, porque lo mismo que apareció delante del toro, desapareció, y desde entonces, la gente empezó a llamar a la calle Tente Necio y aun sigue con este nombre.

Caminábamos hacia la feria y yo miraba a todas partes buscando sin saber porque algo que fuera diferente y de pronto, mis ojos se fijaron en una roca que sobresalía de las pequeñas casas que a su lado habían hecho como si estuvieran al abrigo de ella y le pregunte a mi abuelo: Abuelo, mire aquella roca qué rara….Te diré algo sobre esa roca, la llaman la peña Celestina y le pregunté el porqué tenía ese nombre y como siempre el tenía la respuesta y me dijo: Cuentan que hace muchos años había una mujer que se llamaba Celestina y que era mala, muy mala, y cogía a las mozas y las metía en la mala vida, y cuando las autoridades se enteraron de lo que hacía, la condenaron a que fuera lanzada desde lo alto de la peña y desde entonces la gente empezó a decir que desde allí habían lanzado a la tal Celestina y eso es el motivo de que la gente la llamen Peña Celestina, por aquel suceso. Como ya tengo dicho, mi abuelo nunca llegó a saber leer por eso él nunca supo que existía una novela llamada La Celestina. Por entonces, yo tampoco lo sabía pero me da que él algo habría oído sobre esa novela pero me lo explico como a él se lo habían explicado, por eso yo entones quedé convencido, yo me creía cuanto el me decía.

También me dijo un poco antes de entrar en el puente romano: Mira, mira allí, ¿ves aquel toro sin cabeza?. Pues hay quien dice que fue el toro que iba por la calle Tente Necio y que lo pusieron ahí para que nunca se olvidara el milagro. Él, al no saber leer, nunca supo la verdadera historia de esos toros de guisando o verracos que aun hoy sigue siendo un misterio y que también los hay en otros lugares de España. Como tampoco sabía, que en ese toro fue donde el ciego le pegó el primer coscorrón al Lazarillo de Tormes, cuando le dijo arrima la oreja y escucha los ruidos que salen del toro, lo que aprovechó el ciego para darle una de las muchas lecciones que le dio para que no se fiara nunca de nadie, en lo que estuviera con él, de lo que más tarde el Lazarillo se vengaría cuando le mandó saltar un charco para que se diera contra la columna en venganza de lo que a él le hizo cuando le conoció. Esto está escrito en la novela del Lazarillo de Tormes, pero claro mi abuelo no lo sabía ni yo entonces, pues aun no había leído la famosa novela donde eso se dice.

Seguimos el camino hacia la feria por el puente romano, puente que a mí me impresionó, pues el puente más grande que yo había visto era el del río Merdero. También le pregunté que como habían hecho aquel puente tan grande, no me contestó y nunca supe por qué, si era porque no lo sabía, o si era que ya íbamos llegando a la feria e iba pensando en los reales que le iba a costar el burro que tenía pensado comprar.

Pasamos un buen rato en la feria del ganado, tratando con los chalanes que vendían toda clase de animales y mi abuelo trató de comprar pero le fue imposible, pues no le llegaba el dinero que llevaba, le faltaban bastantes reales y pensó que por esos precios también podía comprar en el pueblo. Yo casi me alegré de que no comprara, pues si llega a comprar el camino de vuelta al pueblo lo tendríamos que haber hecho a pie y eran treinta kilómetros y en alpargatas, que era lo que los dos llevábamos de calzado.

De esta forma, volvimos por el mismo camino que a mí me encantó volver a ver la Calle Tente Necio, la Catedral, la casa de las Conchas, la Plaza Mayor y sobretodo, montar en el tren, viaje que aún perdura en mis recuerdos de aquella niñez. Recuerdo aquel vagón de asientos de madera, que cuando veníamos de vuelta venía cargado de señoras que llevaban unas cestas de mimbre con cosas que habían comprado en Salamanca. Unas eran para sus casas, pero otras, según mi abuelo, eran estraperlistas que iban a los pueblos a vender cosas que en los pueblos no había, pero que estaba prohibido la venta de esa manera, por tanto perseguido por la guardia civil, que las seguía como hoy se sigue a los traficantes de drogas aunque lo que llevaran sólo fueran unos kilos de arroz, un poco de aceite y café, que casi nadie lo podía comprar y lo malo, que si las pillaban las requisaban la miseria que llevaban, que no era para forrarse como hacen los de la droga ahora, esas pobres mujeres lo hacían para poder llevar un poquito de dinero a sus casas. Aquel día tuvieron suerte, pues todas se bajaron antes de llegar a Babilafuente porque allí estaba una pareja de la guardia civil, me supongo que esperando pillar alguna de las estraperlistas. Por cierto,
que aquellos guardias sí que les conocía yo, pues uno era el famoso guardia tuerto, que era famoso porque era según decían malísimo y la gente le temía como al fuego. Creo que hasta mi abuelo pasó miedo porque traía la botella que llevábamos con el vino llena de aceite que compró en Salamanca. Ya de camino para Villoria, había que pasar por donde estaba el Fielato en Babilafuente y yo le dije: Abuelo, tenemos que pasar otra vez por allí y él me dijo: No, sólo se pasa cuando se entra. Ya de camino a Villoria le fui recordando todo lo que habíamos visto y él estaba tan contento como yo al verme tan feliz y me dijo: «Tú hijo, sigue, sigue mirando siempre para adelante que eres joven, el tiempo que pasa aunque no lo veas, yo te digo que cuenta y cuando te pase a ti, como a mi me ha pasado, verás como arruga el cutis y el cuerpo quema. Sigue así con ilusión, no mires para atrás que todo llega. Yo hijo ya soy viejo y miro lo que he dejado atrás y pienso no en lo que viene, sino en lo que me queda».

Gracias abuelo allí donde estés, por tu paciencia, por tus consejos.

EL NIÑO Y EL VIEJO

Qué bonita es la ilusión,
cuando la vida está empezando,
luego el camino se alarga
y el aire las huellas de ese camino,
sin compasión va borrando.

El niño siempre pregunta,
por qué aquello que hay allí,
por qué han puesto allí esa cosa,
y hasta pregunta por qué vuelan,
de flor en flor las mariposas.

Qué triste que la ilusión vuele,
desaparezca tan pronto, tan deprisa,
es flor de primavera que el sol marchita,
la vida es así de cruel, lo bueno mata,
la inocencia del niño que pronto pasa.

Un anciano a un niño, le dijo un día,
¡escucha, muchacho, escúchame!
si ahora sólo miras para adelante,
sin mirar lo que vas dejando atrás,
tu vida, será un instante.

Si crees que el pasado no vale nada
el tiempo te demostrara,
que primero es el ayer, luego el mañana,
que lo bueno es poder contar lo que pasa,
porque si no lo cuentas es que fracasas.

Mira la vida y de ella las cosas bonitas,
y verás que el tiempo es como un sueño,
que aunque sea fantástico al despertar se disipa,
quédate de él si puedes con lo bueno y lo bonito,
porque nunca evitarás lo que ya de ti está escrito.

Y si sigues preguntando sólo él por qué
de todo cuanto ves y no conoces,
con el tiempo veras como cambian las cosas
y veras que hay inviernos que aunque sean fríos
sin saber porque hasta florecen las rosas.

Sigifredo María Cascón

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