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Fuimos hijos ejemplares ayudando a nuestros padres con todo lo que ganábamos con aquellas migajas de servir o emigrando.

EN HONOR A LA TERCERA JUVENTUD


Fuimos hijos ejemplares ayudando a nuestros padres con todo lo que ganábamos con aquellas migajas de servir o emigrando.
Hay un colectivo bastante numeroso en nuestra sociedad entre los que yo me encuentro y que llamo «la tercera juventud». Personas que con un largo caminar hemos llegado hasta aquí y todo con nuestro esfuerzo personal, porque nacimos en plena crisis, una crisis real que nos obligó a salir adelante con hambre real y carencia de todo lo que no está escrito, de lo cual sacamos mucho y bueno. Fuimos hijos ejemplares ayudando a nuestros padres con todo lo que ganábamos con aquellas migajas de servir o emigrando.

Cuando crecimos y formamos nuestra propia familia seguimos peleando como hormiguitas, guardando sólo pensando en los hijos para hacer de ellos personas cultas, mandándoles a las universidades, donde han aprendido mucho de lo que nosotros no sabemos casi nada. También han aprendido a tener todos los derechos y muy pocas obligaciones.

A qué padre no le ha dicho su hijo alguna vez, «tú cállate que no sabes nada», lo que ellos no saben son los exámenes que tuvimos que hacer nosotros, nos examinaron de todas las asignaturas que hace tiempo que dejaron de existir. De moral, que siempre aprobábamos, no había otro remedio. De respeto, nosotros tenemos matrícula de honor. De sumisión, mi capacidad no me da para poner una calificación. De obediencia, ganábamos un diploma cada día. De libertad, no nos examinaron nunca, nos la imponían, nos la robaron, y nunca hemos reclamado por el daño causado de personas servidoras hacia seres serviles. Tampoco se ocupó nadie de si estábamos tristes o alegres, si teníamos calor o frío, si pasábamos hambre o si estábamos hartos.

Por todo esto, y por bastante más, pido y animo a esta tercera juventud a hacer lo que les venga en gana aunque sean cosas indebidas, siempre que nos aporten paz y sosiego. Que disfrutéis de vuestra autonomía ganada a pulso. Pasead vuestros dolores que cada día se fijan en una parte de nuestro cuerpo. Lucid esas canas y, si os sentís mejor, las camufláis, y no os importe no poder planchar vuestras arrugas como planchamos un vestido, cada una de ellas representa un momento crucial de nuestra vida, al igual que las cicatrices o agujeros que se acumulan en nuestros corazones. Todo esto lo podemos sentir los que gracias a Dios hemos llegado a esta tercera juventud.

Por suerte, hoy contamos con varios centros de mayores en todos los pueblos y ciudades de España, además sin coste alguno para nosotros, donde se imparten un sinfín de actividades tanto culturales, como deportivas, de nuevas tecnologías o de divertimento.

En mi ciudad, Leganés, contamos con unos doce centros, unos del Ayuntamiento y otros de la Comunidad, y aun así hay actividades a las que no se accede fácilmente y se crean largas listas de espera.

Para las personas más marchosas hay una actividad genial, cada centro pone baile un día distinto a la semana. Conozco varias personas con muchos años a sus espaldas que programan el tiempo para acudir cada día al centro en cuestión. Se visten con sus mejores galas, unos tacones que apenas se tienen en pie y con la ilusión de una quinceañera bailan y disfrutan y, si se presenta la ocasión, ligan. Y por qué no. Yo las aplaudo, porque la gran mayoría antes, sobre todo mujeres, no supieron lo que era divertirse y merecen una recompensa por tanto dado y tan poco recibido.
A estas alturas de la vida cada uno debería tener la libertad de vivir como quiera, pero no siempre es así. En nuestro colectivo hay pobres madres y pobres abuelas agobiadas y obligadas por sus hijos a criar a los nietos cuando la mayoría están para que les ayuden a ellas. Estos hijos son de los que se creen con todos los derechos sobre los padres y si un día no dominan la situación vienen los problemas.

Conozco varias de estas situaciones por lo mucho que me relaciono con ellas. Tuve hace unos años una compañera de gimnasia que tenía dos hijos, cuando nació el primer nieto lo cuidó hasta los tres años, con el segundo, que era de su hija, hizo lo mismo, nunca estaba totalmente libre porque se los endosaban en cualquier momento. El caso es que cuando nació el tercero le dijo a su hijo que no se encontraba con fuerzas para atenderle, sobre todo por el bien del niño, esta señora estaba muy delicada de salud y con una movilidad bastante limitada. La reacción de esos hijos fue apartarla de sus vidas, no os podéis imaginar lo que sufría aquella mujer, lloraba cada día, pero más que por el desprecio de sus hijos, era por no poder ver a sus nietos. Y lo triste de esto es que no se trata de un caso aislado.

En fin, amigos, estas historias son de nuestra generación, a los que nos tocó vivir sometidos a nuestros padres y después también a nuestros hijos.

Os deseo mucho y bueno a todos los jubilados del mundo.

Y os regalo estos versos que van en consonancia con lo expuesto.

NUESTRO MAYORES. LOS OBREROS

Con el corazón cansado
viven las noches de luna
recordando aquella historia
sacrificada y muy dura.

Nuestros mayores vivieron
lo peor que dio este siglo:
una guerra, mucha hambre
y trabajar sin sentido.

La otra clase los veía
como apestosos vencidos
sin el derecho a quejarse,
ya nacieron sometidos.

En mi memoria cabalgan
recuerdos de aquellos tiempos
que eran malos, muy austeros,
había dolor y miedo.

Y en esta memoria vaga
veo trashumar pastores
entre curtidos obreros,
zagales y segadores.

Se formaba la cuadrilla
que un mayoral dirigía
y con su alforja en la espalda
de madrugada partían.

A pie por pueblos y montes
por cortijos y alquerías
con silencio a cada paso
y mucha pena escondida.

Se calzaban las albarcas
y atrochaban los caminos
húmedos o polvorientos
de zarzas, jaras y pinos.

Llegaba la noche tuna
y cobijo no tenían,
explotados y humillados
en unas pajas dormían.

Se despertaban al alba
y con sus cuerpos tullidos
otra vez de sol a sol
como perros sin aullido.

Comían lo que les daban
ganaban cuatro reales
todo sobras y migajas
de señorones feudales.

Siento pena al recordar
que cuando a casa volvían
con tantas calamidades
la alforja venía vacía.

Las proles eran muy largas
querían llenas sus barrigas
todo se tornaba gris
cuando esa alforja veían.

Esta historia quedó atrás
hoy me inspiran gran ternura
y vemos sus sienes blancas
fruto de veteranía.

Demuestran paz y sosiego,
coherencia y sabiduría,
que no se aprende en los libros,
su escuela ha sido la vida.

Y en esta misma historia
hay personas distinguidas,
sus abnegadas esposas,
nuestras madres tan queridas.

No reclamaban derechos,
no sabían que los tenían,
pasaban días y noches
de esclava melancolía.

Eran madres ejemplares
todo de esposas tenían,
si no zurcían, lavaban,
cocinaban o parían.

Entre tanta sumisión
y avatares sin medida,
de luchar contra los vientos,
se les esfumó la vida.

Al terminar estos versos
me tomo la libertad,
si ustedes me lo permiten,
de hacer algo que es legal.

Pido condecoraciones
para las madres y obreros,
que con sumisión lucharon
y ganaron la medalla
de aquel mayor explotado.

Basi Cascón

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