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UNO DE CADA CINCO…


He escuchado hace unos días en la radio dos noticias demoledoras: la primera es que España tiene, tenemos, cuatro millones y medio de parados: la segunda dice que el veinte por ciento de la población -una de cada cinco personas- no tiene la posibilidad de trabajar aunque quiera. En realidad, las dos noticias son la misma: una de cada cinco familias españolas está viviendo una pesadilla y una tragedia. Las cifras y las estadísticas sólo son números, el problema viene cuando esos números los convertimos en personas de carne y hueso, tanto da para cuatro, para tres, para dos o para un millón.

Si nuestra clase política no fuera tan sinvergüenza, tan inútil, tan ineficaz y tan rastrera, ya habrían presentado ipso facto su dimisión y se habrían largado a su casa con viento fresco. Y cuando hablo de clase política me refiero tanto a tirios como a troyanos, que aquí no se salva nadie. Si tuvieran un poco de dignidad estarían las veinticuatro horas del día pidiendo perdón por ser tan nefastos e hipócritas. Lástima que la mayoría de ellos hace tiempo que olvidaron el significado de esa palabra: dignidad.

Pero nosotros, los que vamos cada cuatro años a votar, tampoco tenemos perdón de Dios. El varapalo económico que nos están dando nos ha pillado tan de sopetón, tan de golpe, que se nos ha quedado cara de tontos y con ella seguimos, sin saber muy bien si esto está pasando de verdad y sólo es una pesadilla de la que despertaremos en cualquier momento. Parece que nos han inyectado una droga colectiva que nos ha dejado paralizados y sin capacidad de reacción. Y eso que vivimos en un país sembrado de episodios como éste y bastante peores. El problema es que tenemos la memoria frágil y venimos de una época de vacas gordas.

Nos hemos acostumbrado a vivir muy bien y hemos adquirido unos compromisos de consumo, prescindibles en su día, pero de los que resulta muy difícil dar marcha atrás. Y cada mes llegan a casa, puntuales a su cita, esas facturas que te golpean como una martillo pilón y van minando poco a poco la economía familiar: la hipoteca, la letra del coche, el combustible de calefacción, el teléfono fijo, el móvil, la luz, el Canal +…

Y la cara real de la crisis, -he intentado hasta ahora no usar la famosa palabra- es ese hombre joven o de mediana edad que sale a pasear por su pueblo o su ciudad con las manos en los bolsos caminando sin rumbo fijo, sin prisas, para matar el tiempo. Y digo hombre porque mi condición masculina me lleva a ponerme mejor en su piel e imaginarse lo que se le puede pasar por la cabeza cuando vuelve a casa cada día y baja la mirada ante su mujer y sus hijos porque sabe que necesitan muchas cosas que él ya no puede darles. Ellos le quieren como siempre y le besan como siempre, pero no puede soportar el nudo que le oprime cada día más. Siempre quiso disponer de más tiempo para su familia porque sentía que se estaba perdiendo muchas cosas por un trabajo que le absorbía completamente y que hoy añora a cada minuto.

Así es la verdadera cara de las personas que se esconden bajo las cifras y estadísticas que nos dan cada mes quienes nos gobiernan. «No llegaremos a los cinco millones de parados», dicen. ¡Vaya, menos mal! Deberían salir algún día a la calle y cruzarse con esas personas, una de cada cinco, que caminan sin rumbo mirando al suelo, una de cada cinco, soñando con un trabajo, una de cada cinco, que les ayude a recuperar sus manos, su vida y su dignidad.

Pero no se preocupen ustedes. Pronto habrá elecciones e iremos todos como tontos e ilusos a votar con entusiasmo y a discutir y enfrentarnos con todos aquellos que se atrevan a discutir nuestras ideas. Unas ideas, las políticas digo, que cada vez tienen menos sentido y que nos han llevado al lugar en que nos encontramos. En este tema tenemos el consuelo de que todos somos iguales; las estadísticas son abrumadoras: cinco de cada cinco.

EL PÁNCARO.

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