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COMO HEMOS CAMBIADO... Los que ya tenemos una edad y peinamos canas o simplemente ya no tenemos nada que peinar, podemos echar la vista atrás y recordar lo que era Villoria hace tres o cuatro décadas y el pedazo de pueblo en que se ha convertido en la actualidad. Tenemos al alcance de nuestra mano prácticamente cualquier servicio que podamos necesitar y nuestro pueblo es un referente para el resto de los pueblos de la comarca. Esto es algo que enorgullece a cualquier vecino de Villoria y demuestra que el carácter de los vecinos del pueblo y la buena gestión de los distintos alcaldes y concejales que han pasado por nuestro Ayuntamiento a lo largo de los años, prescindiendo de ideologías políticas, han servido para colocar a Villoria como uno de los pueblos punteros de la provincia de Salamanca. Sin embargo...a veces me pregunto si somos más o menos felices que entonces, si todo el progreso y el bienestar económico y social del que ahora disfrutamos no nos ha hecho perder un poco la perspectiva, si en el camino no nos hemos dejado algo atrás que ya nunca recuperaremos o si el precio pagado por lograr lo que tenemos a merecido totalmente la pena. Recuerdo las calles sin asfaltar, los charcos, los sabañones, los piojos, los fríos inviernos y los sofocantes veranos, las ropas gastadas y remendadas, el color negro en el luto de las mujeres y en los curas, la ausencia de cualquier lujo y la escasez de casi todo. Yo entonces era un niño y tal vez mis recuerdos me engañen, pero creo que aquel pueblo que conocí era feliz con lo poco o nada que tenían, quizás porque como dice el refrán "no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita". Aquel pueblo que yo conocí tenía todas las puertas abiertas, sin interfonos. Entrabas y salías de las casas ajenas como los demás entraban salían de la tuya. La contraseña "quién vive" franqueaba todas las barreras y te despedían con aquella especie de bendición de "vete con Dios" que te protegía de cualquier amenaza espiritual. Cualquier buena noticia, por nimia que fuera, era celebrada como un verdadero acontecimiento y todo el pueblo lo sentía como propio: la matanza, el nacimiento de un niño, una boda, la lluvia por San Isidro... Los hombres y mujeres se cruzaban por las calles con una alegría que cada vez veo menos en nuestras caras de ahora, las caras que nos han dejado el progreso, el bienestar y el dinero. Quizás sea por el estrés, esa palabra que entonces nadie conocía y que se ha extendido como una pandemia por toda la sociedad de nuestros días. Ahora todo vamos bien vestidos, bien aseados, sabiendo que comeremos lo que queramos cuando lleguemos a casa y con dinero en el bolsillo para cualquier necesidad que se nos presente. Lo tenemos todo o casi todo pero, ¿somos felices?. Por eso a veces me miro y miro a muchos vecinos que me rodean y viendo nuestras caras pienso que si teniendo todo lo que necesitamos se nos ha quedado esta cara...más nos habría valido seguir siendo pobres. EL PÁNCARO.

COMO HEMOS CAMBIADO

COMO HEMOS CAMBIADO…

Los que ya tenemos una edad y peinamos canas o simplemente ya no tenemos nada que peinar, podemos echar la vista atrás y recordar lo que era Villoria hace tres o cuatro décadas y el pedazo de pueblo en que se ha convertido en la actualidad. Tenemos al alcance de nuestra mano prácticamente cualquier servicio que podamos necesitar y nuestro pueblo es un referente para el resto de los pueblos de la comarca. Esto es algo que enorgullece a cualquier vecino de Villoria y demuestra que el carácter de los vecinos del pueblo y la buena gestión de los distintos alcaldes y concejales que han pasado por nuestro Ayuntamiento a lo largo de los años, prescindiendo de ideologías políticas, han servido para colocar a Villoria como uno de los pueblos punteros de la provincia de Salamanca.
Sin embargo…a veces me pregunto si somos más o menos felices que entonces, si todo el progreso y el bienestar económico y social del que ahora disfrutamos no nos ha hecho perder un poco la perspectiva, si en el camino no nos hemos dejado algo atrás que ya nunca recuperaremos o si el precio pagado por lograr lo que tenemos a merecido totalmente la pena. Recuerdo las calles sin asfaltar, los charcos, los sabañones, los piojos, los fríos inviernos y los sofocantes veranos, las ropas gastadas y remendadas, el color negro en el luto de las mujeres y en los curas, la ausencia de cualquier lujo y la escasez de casi todo. Yo entonces era un niño y tal vez mis recuerdos me engañen, pero creo que aquel pueblo que conocí era feliz con lo poco o nada que tenían, quizás porque como dice el refrán «no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita».

Aquel pueblo que yo conocí tenía todas las puertas abiertas, sin interfonos. Entrabas y salías de las casas ajenas como los demás entraban salían de la tuya. La contraseña «quién vive» franqueaba todas las barreras y te despedían con aquella especie de bendición de «vete con Dios» que te protegía de cualquier amenaza espiritual. Cualquier buena noticia, por nimia que fuera, era celebrada como un verdadero acontecimiento y todo el pueblo lo sentía como propio: la matanza, el nacimiento de un niño, una boda, la lluvia por San Isidro… Los hombres y mujeres se cruzaban por las calles con una alegría que cada vez veo menos en nuestras caras de ahora, las caras que nos han dejado el progreso, el bienestar y el dinero. Quizás sea por el estrés, esa palabra que entonces nadie conocía y que se ha extendido como una pandemia por toda la sociedad de nuestros días.

Ahora todo vamos bien vestidos, bien aseados, sabiendo que comeremos lo que queramos cuando lleguemos a casa y con dinero en el bolsillo para cualquier necesidad que se nos presente. Lo tenemos todo o casi todo pero, ¿somos felices?. Por eso a veces me miro y miro a muchos vecinos que me rodean y viendo nuestras caras pienso que si teniendo todo lo que necesitamos se nos ha quedado esta cara…más nos habría valido seguir siendo pobres.

EL PÁNCARO.

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