En corto.✍️
Abuelos.
Luisito entreabrió la puerta, procurando que chirriase lo menos posible. ¡Ay! , esas bisagras. Nunca encuentran el momento oportuno para engrasarlas. Al calor de la lumbre de la chimenea, la silueta de dos figuras resaltan iluminadas por la tenue luz de las rojizas llamas. Sus cabezas asienten o niegan según les venga en gana.
Disfrutan de un tranquilo duermevela, merecido y necesario tras la dura jornada. Se acerca despacio, no quiere romper ese fascinante momento donde los sueños inician su magia. El abuelo, con la boina ladeada, la abuela, coronada con pañuelo negro y el mandil remangado por encima de la falda. Caras de felicidad, de serena calma, marcadas con los profundos surcos que deja el paso del tiempo tras la lucha diaria. Manos rugosas, ásperas y agrietadas que fueron herramientas de trabajo, a la vez que portadoras de caricias llenas de amor, cariño y esperanza, que hicieron el camino más llevadero, la vida más liviana. Ellos siempre fueron de dar; de pedir: nada. Luisito los adora, cuando ellos falten mantendrá vivo su recuerdo, recordar será mantenerlos vivos. Una lágrima resbala por su cara.
Han pasado sesenta años y Luis mira a su nietos dormidos a ambos lados de la cama. Nada tiene que ver con su historia pasada. Recuerda con una sonrisa a sus abuelos. Cumplió con su promesa: nunca se fueron de su memoria. Hoy le toca ejercer a él. Ojalá que ellos también la tengan . Mientras tanto, hay que cuidarlos con amor, cariño y esmero, nunca por obligación.
Coge el móvil, y echa un vistazo a la actualidad, las nuevas tecnologías todavía no le han pillado con la pierna cambiada. Dispone de poco tiempo, cuando despierten ya está liada, por el móvil, más que nada.
¡A ver quién le pone el cascabel al gato! Qué tiempos aquellos en los que lo más parecido a un móvil era el tres en raya.
¡¡Felicidades, abuelos y abuelas!!