Un año más el verano llega a su fin… Las sensaciones de melancolía y soledad no se han hecho de rogar y aquí las tenemos un año más.
El bullicio de la vuelta al cole contrasta con el silencio de la vuelta a casa tras la entrada de los niños a las aulas. A mi paso por la calle Larga, no puedo evitar ese sentimiento de vacío que marca para mí, desde hace años, el verdadero fin del verano. Con las persianas bajadas y la puerta candada, la que fuera casa de mis abuelos ya esta cerrada.
Se acabaron las noches al fresco y las charlas mañaneras, ahora paso por la puerta y ya nadie nos espera.
A pesar de la temprana ausencia de mis abuelos paternos, siempre he sentido esta casa de calle Larga número 28 como la casa “de los abuelos”, la casa siempre abierta, la despensa siempre dispuesta, el calor del hogar y la familia siempre reunida. Gracias infinitas a mis tíos que han permitido que así fuera, y que me perdone mi tío Manolo, pero sé que él tiene el mismo sentimiento y siempre será su casa por mucho que pase el tiempo.
La familia ha ido aumentando y la puerta se ha ido agrandando, que orgullosos estarían mis abuelos del legado que estamos dejando.
Ahora si que sí llega para mí el final del verano, atípico para mí, atípico para tantos, las persianas bajadas y la puerta cerrada a cal y canto, deseando en un paseo ver el tablero quitado y tocar la manecilla : ¡Pasa ya hemos llegado!
Esta es la historia de una de mis puertas que se cierran tras la época estival, que seguro representa la puerta de muchos villorejos que aquí residimos y esperamos con anhelo la vuelta de nuestros seres queridos.
Ya queda menos.
APS