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De don Antonio al PADRE ANTONIO.

Hoy el cielo está de gala, mientras que en nosotros luchan, a partes iguales, sentimientos tan encontrados como la tristeza y la alegría. Esperemos que, poco a poco, ésta se imponga sobre la amargura en la que nos ha dejado envueltos tu marcha. Esa alegría con la que «vivías» a la par que te «desvivías» por los demás, en especial por los más pobres, por los más necesitados. No vamos a descubrir aquí quién eras,porque ya lo sabe todo el mundo, ni vamos a reiterar todos los halagos y alabanzas que estos días te están dedicando y a los cuales, sin lugar a dudas, nos adherimos.
Nuestros recuerdos van mucho más allá, cuando tuvimos la suerte de tenerte como profesor de Latín y Educación física en el antiguo instituto de Babilafuente. Ahí eras don Antonio, ese joven sacerdote bajito,delgado, enjuto, a quien parecía que se le iba a llevar el viento en cualquier momento; pero seguro y fuerte ya en tus convicciones y creencias, en esas que se irían acrecentando con el paso del tiempo, y que te llevarían a lo largo de tu vida a regalar lo mejor de ti, a no tener nada tuyo, a compartirlo todo con los demás. Esas convicciones y creencias que llevaste por bandera y que te harían pasar de ser don Antonio a ser el PADRE ANTONIO, con mayúsculas; a ser esa luz que brilla como un faro en medio de la tempestad, guía verdadera y auténtica de esa Iglesia, que también existe, y que predica con el ejemplo.
De todo ello pueden dar fe desde la parroquia del Puente Ladrillo, desde los pueblos en los que ejerciste tu sacerdocio, desde los hospitales, donde no faltó nunca tu compañía y tu consuelo cuando alguien lo requería, desde quienes pudieron disfrutar de tu amistad y generosidad y desde todos aquellos que fuimos tus alumnos.
Por cierto, y hablando de alumnos, cuando a uno de ellos le comunicamos tu fallecimiento, lo primero y último que dijo fue: «UN TÍO COJONUDO», la emoción no daba para más, le salió del alma.
Nos quedamos con tu sonrisa bonachona y con tu risa sincera, sana y contagiosa que fronteras rompía, caminos allanaba y llantos callaba.

DIGNUM LAUDE VIRUM MUSA VETAT MORI.(Al hombre digno de alabanzas, las musas le impiden morir). Siempre con nosotros, profesor.

SPP

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