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Aquellas noches del invierno Villorejo

Antes de irme a dormir estoy mirando por el ventanal de mi salón, en la capital del reino y veo un cielo nublado, llovizna, las luces de las casas encendidas, la gente viendo la tele, tumbados en el sofá con la mantita, la típica noche de invierno en los pisos del siglo XXI, pero en mi cabeza están ancladas aquellas noches de los 80 en mi pueblo, nieblas intensas, frío húmedo, aceras resbaladizas del hielo, el bar de mi abuela con gente jugando la partida, tomando una caña, un café y ahora me estoy acordando de lo que me pedía Pinín cuando salía de trabajar, un tubo de cerveza y vino. El bar era el lugar de encuentro con los amigos, después de estar todo el día en el campo, la obra etc. necesitaban el calor de su gente antes de ir a cenar con la familia y sentarse en la mesa con el brasero y la sopita calentita que les esperaba después de un duro día de trabajo.

Aquellos inviernos duros de Castilla, el olor a leña quemada saliendo de las chimeneas, los niños íbamos al cole rompiendo “chupateles,” patinando por las calles, tirando piedras a los charcos helados y cuando llegaba la tarde nos acercábamos al Charcón, que tenía un hielo perpetuo y después un paseo con los amigos hasta el parque a jugar al fútbol, las canicas, la peonza, “el jinque” o a la plaza a jugar a los “bancos”.

No teníamos frío ni tampoco esas cazadoras y ropas térmicas que hay ahora, las zapatillas no eran de “goretex”, me acuerdo de las que me compraba mi madre donde Siso, marcas como “crube”, “albor”… Cuando llevo a mis hijos a entrenar a las modernas instalaciones de hoy en día, recuerdo que Gerardito, Ángel Alfonso y yo pasábamos las tardes tirando tiros en la cochera de Goyina, o en la de enfrente de la casa de Jero, ahí se forjaron tres futbolistas jeje dando porrazos a la chapa de la puerta.

No teníamos lujos, al contrario, pero desde luego para mí fue la mejor época de mi vida, sin preocupaciones, toda la familia alrededor de la mesa en la Capri, mi madre y mi abuela cocinando y mis tíos, hermanos y padre comiendo charlando y después me iba a Riolobos a echar de comer a las vacas, cómo no íbamos a ser felices. Algún día helado me tocó recoger remolacha, me entra frío solo de pensarlo.

Ahora estoy escribiendo este texto en mi móvil sentado en el sofá de mi casa esperando a que se levante mi familia para empezar nuestra jornada que es a la 6:30 de la mañana, mis hijos se levantan tan pronto para ir en ruta hasta el colegio que está a media hora de mi casa y a mediodía vuelta. Que suerte tuvimos nosotros que íbamos andando, jugando y disfrutando del pueblo, aquí atascos, ruido y polución. Sigo pensando que como en el pueblo en ningún sitio y cada vez que me dicen que allí no hay nada, que nos aburrimos, que en Madrid se está muy bien, entro en cólera y pienso, ya me queda menos para disfrutar del calor de mi gente jeje.

Recordar esos tiempos siempre te trae a la mente aquella gente que vivía en Villoria, cuando íbamos a por la leche donde Tente, a comprar Tulicrem donde Polito, o tabaco para el bar donde Siso, el periódico donde Olivita, o chuches donde Carmen, que añoranza y pena de ver que esta generación, está metida en un bucle, de tráfico, contaminación, pantallas, pandemias, depresiones, marcas pijas y lo que más pena me da es que ya no saben hacer amigos, se meten en su pequeño mundo de tecnología y se pierden lo más bonito de la vida que es compartirla con otras personas que te quieren y te aprecian, alrededor de una mesa camilla calentitos bajo la faldilla y teniendo eso que tanto deseamos, el calor del hogar y de nuestra gente

Javier López Martín

2021-11-24

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