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Érase una vez en Villoria, que hubo un cine.

Corrían los últimos años de la década de los 50 y en Villoria había un cine de pueblo, pero muy digno, donde un par de veces a la semana nos ponían una película de las que por entonces se podían ver.

Los niños corríamos como locos, los mayores no tanto, después de misa a ver la “cartelera” (colgada en la ventana de la casa de Simón que estaba pegando al bar) que no era otra cosa que ver la película que echaban ese domingo en el cine. El cine de Simón, como lo llamábamos siempre. Había una zona reservada en el panel de la cartelera para poner si era APTA o NO APTA. Así sabíamos si podíamos entrar o quedarnos jugando en el bar (cuando nos dejaba el Sr. Simón), mientras nuestros padres veían la película. En este sentido señalar que el cine era grande y se llenaba todos los domingos, venía gente de los pueblos de alrededor. Además, apuntar que antes de ser cine había sido salón de baile.

En mayo de 1959 se compró la máquina de proyectar, una OSSA de 35 mm valorada en 90.000 pesetas que el Sr. Simón llevó, en unas alforjas, a Barcelona para comprarla. Al llegar le preguntaron que cómo pensaba pagarla, con letras o cómo. Simón dijo ¿yo letras? Tiró las alforjas encima de la mesa y dijo: “VAMOS A CONTAR”.

Una vez preparado todo llegó el gran día 29 de junio de 1959, día que se estrenó el cine con el nombre de CINE ESPAÑOL y con la proyección de la película: “Los ojos dejan huellas”. Película española de cine negro y dirigida por José Luis Sáenz de Heredia.

A partir de aquí fue un continuo éxito durante aproximadamente dos décadas. Se proyectaban películas un par de veces a la semana y cuando llegaban las Fiestas del Lunes de Aguas (sobre todo) se repetían casi en sesión continua esas películas que llamábamos de romanos, o del oeste.

Los contratos los negociaba Engracia junto con el representante del cine Taramona de Salamanca, por eso muchas películas que se ponían en dicho cine se traían después a Villoria.

Se llegaron a proyectar películas de grandes producciones mundiales: “Ben-Hur”, “Los diez Mandamientos”, “El Cid” (con el universal Charlton Heston), “Genoveva de Brabante” (éstas las llamábamos de “romanos”). Las había del oeste, y spaghetti western: “El rostro impenetrable” (con Marlon Brando, Karl Malden), “El Norteño”, “Vuelve el Norteño” (con Miguel Aceves Mejías), cualquiera que encontréis de cine español de los grandísimos actores españoles que por aquella época había: Toni Leblanc, Gracita Morales, Concha Velasco, Paco Martínez Soria, José Luis Ozores, Pepe Isbert, etc. etc. etc.

Tenemos que tener presente en la época que estábamos y las restricciones que había en cuanto a ver escenas un poco subiditas de tono que, para evitarlas, un día antes de proyectarse al público hacían una prueba de la película para ver si había algo raro. No sé quiénes eran los que decidían si había que hacer algún “recorte” o qué, pero no creo que fuesen muchos porque ya venían bastante recortadas, aunque alguna vez se les pasase algún beso y entonces el alcalde se levantaba y hacía parar la película y sacar a los menores.

Es una de las anécdotas que recuerdo como otras tantas que se provocaban durante la película, sobre todo los aplausos espontáneos que se producían cuando en el duelo final ganaba el bueno o se oía la trompeta del ejército que llegaba para acabar con los indios. Cuando había algún beso no censurable se oían murmullos ¡¡¡¡eeeehhhh!!!! O cuando se cortaba la película, ¡¡otra vez!! Había que parar (descanso no oficial) y empalmarla porque se había roto o quemado. Pero en unos minutos estaba otra vez lista para continuar.

En aquella época, las películas venían en dos o tres rollos, dependiendo del metraje que tuviese la cinta. Entre rollo y rollo, se encendían las luces, es decir había descanso (unos 15’) y se aprovechaba para ir al bar que había dentro del cine, en la parte de atrás, a comprar: gaseosa, tierra (una bebida parecida a la Coca-Cola), fantas o cualquier otro tipo de bebida con sus respectivas pipas que era lo más importante. Para volver otra vez al cine hacían sonar un timbre para saber que la película estaba preparada y a seguir viéndola.

Con el paso del tiempo también se proyectaban las mismas películas en Villoria y en Babilafuente por lo que había que distribuirlas bien. El primer rollo se ponía en Babilafuente, cuando se acababa se llevaba a Villoria y comenzaba la película mientras en Babilafuente se proyectaba el segundo rollo, al acabar este segundo rollo se llevaba a Villoria y se completaba el círculo.

Todo este entramado del Cine Español fue posible porque la familia MARTÍN-RODRIGUEZ, Simón y Ascensión, con su hijo Antonio y mujer Engracia, sus nietos Santi, Rosi, Carmina y Toñi por ser los mayores tuvieron que arrimar el hombro para que la industria del cine en Villoria siguiera adelante. Pero no nos tenemos que olvidar del Sr. Honorio con funciones de taquillero, Kiko el Macareno de acomodador, Julián el Coplero haciendo de portero y acomodador y sus hijos Toño y Pepito que junto con Paco el Ramalea y Santi se dedicaban a ser los operadores con la máquina OSSA.

A todos ellos gracias, por habernos ofrecido tantos años la posibilidad de disfrutar de nuestro particular cine de pueblo en Villoria.

Posiblemente, a más de uno se le haya venido a la mente, con estos recuerdos de “nuestro” cine de Simón, la gran película italiana, con la que hay varias similitudes (salvando las distancias), que no es otra que CINEMA PARADISO. Película de Giuseppe Tornatore, (donde se ensalza el amor por el cine) y protagonizada por el gran Philippe Noiret (Alfredo el operador y Salvatore, el niño que estaba ciegamente enamorado del cine). Con su historia de amor que, seguramente, también la hubo en el cine de Simón.

Dedicado a los jóvenes nostálgicos de 50 a 100 años y para todos a quienes gusten de los recuerdos del abuelo.

Os dejamos con un video donde se presentan los carteles de muchas de las películas que se proyectaron en Villoria en aquella época. Espero que os guste y os traiga bonitos recuerdos.

BESANA

2021-10-15

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