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ME MOJO, NO ME MOJO.

Todos los años por estas fechas disfrutamos de todos los encantos del verano, uno de ellos es poder pasear por los caminos adyacentes al pueblo, ver cómo están las cosechas, los trigos y cebadas con ese color oro, los maíces creciendo, que de semana en semana suben un palmo, las patatas que van cubriendo de verde la tierra hasta que quedan «candadas», como dicen los agricultores.

Pero también todos los años, cuando paseas por esos caminos de la zona de regadío, vas viendo las lluvias haciendo su arco, empapando los terrenos para que el futuro alimento crezca. Pero en cuántas ocasiones te encuentras esas aguas en arco atravesando los caminos, cada una con su baile, y con el gran inconveniente que es para el paseante tener que sortear para no acabar calado, -paso o espero, -corro y me paro-, -acelero y freno, -mierda ya me cogió esta-, ahora retrocedo o me paro o corro más, -ya me caló esta otra…

Todos los años aparecen los caminos y carreteras embadurnadas de agua, ablandando los terrenos, encharcando aún más los baches, y mojando a los caminantes que intentan aprovechar esos ambientes preciosos que nos ofrecen nuestros campos. ¿Tan difícil es controlar esos aspersores de riego para que esa agua caiga solo donde debe de caer?

Nos acaban de arreglar un tramo de carretera que nos une a otros pueblos, que ya se notaban sobremanera las ondulaciones, y parece que con este arreglo se nota menos dichas ondulaciones. Pero si seguimos encharcando el asfalto los baches volverán antes de lo esperado. El firme se reblandece por debajo del asfalto, y pasando todo tipo de vehículos, algunos con 40T, los socavones aparecerán.

Es muy poca la empatía de algunos (la mayoría intenta aprovechar el agua para sus terrenos) hacia los demás y, sobre todo, es muy poca la comprensión de algunos hacia los viandantes y conductores de nuestra zona.

UN CAMINANTE.

2020-06-22

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