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MALDITO RAYO. Por Alfonso El Pindoque

Teniendo en cuenta tantas necesidades a que me vengo refiriendo debo reflejar un caso ocurrido en mi propia familia y que mi hermano Nano me ha ayudado a recordar con detalles.

Muchas veces les escuché contar a mis padres esta historia, porque el mundo está plagado de historias. Yo solo tenía unos meses de vida y mi hermano Nano fue el que lo vivió.

Corría allá a finales del mes de abril, primeros de mayo de 1944, cuando un buen día en el domicilio de mis padres, que se encontraban en una casa que ocupa actualmente la señora llamada Bella, se presentó un señor que vivía en Madrid y que al parecer se llamaba Víctor, familia de Lucio el Viscalvaro. Llevaba años viniendo al pueblo para hacerse cargo del pastoreo del ganado vacuno. Tras el saludo de rigor, le dijo a mi padre que le habían dicho que tenía un chaval, que les vendría muy bien como auxiliar. Con buen humor le contestó, todos los que quieras.

Mi padre, como he comentado anteriormente, le habló de Nano y sin más entraron en la cuestión monetaria. Pactaron a dos cincuenta pesetas el día, que sería del 15 de mayo hasta el 15 de septiembre que finalizaba.

El día de trabajo empezaba por el prado detrás de las piscinas, a continuación a medida que se aprovechaban los pastos se pasaba a las eras, donde el ganado solía permanecer como mes y medio. Una vez terminados los pastos, que por cierto fueron abundantes, se pasaba a Valdaragona, seguidamente a la fuente del Moral, luego al Valle y por último el Juncal.

El señor Víctor se alojaba en un huerto que el señor Viscalvaro tenía, donde hoy es la casa de un nieto o biznieto, había una choza que no media más de siete metros y ahí con un colchón de pajas de maíz se apañaba. El ganado era vacuno, la mayor parte eran bueyes que echaban la reveza y volvían al prado, el resto eran vacas y terneros.

El prado de Valdaragona era otra cosa, dado la distancia que había, mi hermano a la salida del sol se hacía cargo del desayuno del señor de la casa y sin más lo llevaba a Valdaragona, misión que repetía con la comida, tras bajar a por ella. Normalmente a mediodía le picaba la mosca al ganado, el señor Víctor y mi hermano Nano las pasaban canutas para controlarlo. Peor lo pasaban cuando se agotaba el pequeño barril de agua que podía trasportar mi hermano; así que cuando se terminaba solían beber de la charca, donde los animales.

A la puesta de sol, se trasladaba el ganado a pernoctar a un barbecho pegado al monte y a continuación bajaba mi hermano a por la cena del señor Víctor, cuando la entregaba volvía a casa y, al día siguiente, vuelta a empezar.

Una vez aprovechada la totalidad de los pastos, solo quedaba El Juncal. Llega el 1 de septiembre de 1944, mi hermano se queda solo en el Juncal con el ganado, porque al señor se lo llevó algún miembro del ayuntamiento, a ver y elegir las vacas bravas para la fiesta. Sobre mediodía se formó una tormenta y empezó a granizar, parecía el fin del mundo. Mi hermano había cumplido en marzo 7 años y a esa edad era casi imposible frenar al ganado, se dirigieron asustados y enfurecidos con la cabeza para arriba, por los relámpagos que caían, al monte de Gallego.

Esto fue observado por Teófilo, hijo de una señora del pueblo que llamaban María “la Marranera” puesto que era el encargado de sacar al campo a los cerdos. Con sus catorce años cuidaba en el Teso de la Horca, además, unos viñedos de Maestre. Él estaba en una cabaña que habían levantado unos vecinos del pueblo para refugiarse de las inclemencias del tiempo. Mi hermano como prenda de abrigo llevaba una chaqueta del abuelo Paulino, que la arrastraba al suelo, él quería seguir a los animales, porque tenía miedo que se escaparan y Teófilo, de una brazada lo cogió y se refugiaron en otra cabaña que tenía el señor Hierro al lado del prado, con su huerta y su pozo con noria.

Una vez pasada la tormenta, mi hermano se dispuso a regresar al pueblo, con el peligro que le podía arrastrar el agua que venía de las laderas y al llegar al Valle se encontró con el tío Paquico que viendo el panorama salió a por él. Al pasar la carretera por Carraparadinas, venía mi madre llorando a su encuentro, les comentó que una chispa de la tormenta había matado a tres vecinos del pueblo y lesionado a otros tantos en una cabaña. Al caer el rayo, según estaban en la cabaña fue a parar encima de un chaval de Peñaranda, que tenía 14 años, le dejó abrasado, era sobrino de la mujer del tío Filo “El Moreta”, le había traído su tía porque su padre estaba enfermo, eran ocho hermanos con muchas dificultades y por eso lo trajo. La madre de la criatura no los volvió a mirar por el dolor del trágico suceso, diciéndola que lo había traído a matar. Filo y Carracuca salieron volando con los pies quemados y Filo decía que auxiliaran al chaval, porque no sabían si había quedado en la cabaña. También le cogió al señor Julio (le hirió en una pierna) y a su hijo Angel (el juez viejo), abuelo y padre de Toñi. También murió Anastasio, hermano de Tomasa “la Bolera”, madrina mía y el marido de una hermana de mi tío Macario que se llamaba Pascasio. Según la historia murieron tres y cuatro de ellos se salvaron, entre ellos había una mocita hermana del señor Luis “El Sastre”, que la dejó tocada. Llevaron los cuerpos por la noche al salón viejo del baile del “Tío Simón”, donde estuvo todo el pueblo velando toda la noche, no hubo consuelo para nadie.

En las vísperas de las fiestas se presentó en casa de mis padres el señor Víctor y les abonó 75 pesetas, el importe que correspondía a un mes, el resto se lo pagaría el día 15 de ese mes, hasta ahora, mi hermano trabajó cuatro meses y le pagaron uno.

Cuando mi cuñado Mantecas y su familia se establecieron en Villoria de su regreso de Bilbao, por los años 80. El ayuntamiento les adjudicó una parcela y nuestro padre en memoria de los fallecidos y heridos hizo un pozo en el mismo sitio donde estuvo situada la maldita cabaña, a unos 50 metros de la gasolinera.

Esta es la historia amigos de esta jodía vida, de la que mi pueblo estuvo a
ños sin recuperarse, porque habían caído muchos familiares, por un maldito rayo.

Que Dios os tenga en buen sitio, ya que aquí en la tierra no lo tuvisteis. Ya no queda nadie de aquel suceso.

Un abrazo. Alfonso “El Pindoque”.

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