Besana Villoria – Revista digital Besana de Villoria

ESTA NOCHE NO SE, SI SOÑÉ O PASEÉ


Visión retrospectiva de un tiempo pasado de nuestro pueblo
Y fue en plena primavera y pienso, que me despertó un ruiseñor y que salí a pasear por las calles de mi pueblo, para recordar a las gentes y las cosas, de hace mucho, mucho tiempo.
Y justo al salir de casa, vi que pasaba el tío Bruno, se dirigía a la Posada, iba tirando de un burro, cargado con los aperos y eso quería decir, que había llegado a la Posada, un forastero.
Y a la vuelta de la esquina se escuchaban martillazos en casa el tío hojalatero y como antes todo era de lata, seguro que estaba arreglando, cubos, o cantaros lecheros.
Y me fui hasta el cuartel, porque allí tenía un amigo y porque vi que estaba abierto y salí de allí corriendo, al ver que de él salía, el tío guardia tuerto.
Y corrí por el arenal y me acordé de otros tiempos, cuando aquel sitio era de tierra y de arena sin casas y sin asfalto y sin el áspero cemento donde ponían a luchar los novillos y los bueyes y se exhibían los caballos y el día de San Antón los quintos, allí corrían los gallos.
Y me fui por la carretera y saludé al tío Pororo, que era un hombre pequeñito pero muy buen albañil, de los que hacían de todo.
Y me acerqué hasta la fragua que tenía el tío Jaime, donde los días de frio en el largo invierno, iba de pequeño a calentarme.
Y un hijo de este señor, que también se llamaba Jaime, se dijo que fue él quien inventó la escopeta de repetición, pero no la patentó porque alguien se lo robó. Otros dijeron que por poco, la vendió.
Y allí se quedó Manolo, otro hijo, machacando hierro ardiente, para sacarle punta a las rejas, que arando gastaban las mulas, burros y bueyes.
Y un poquito más arriba estaban, aparcados a un lado de la carretera, que entonces estaba hecha de cantos, la Rubia y la Camioneta, que tenía el tío Santos.
Y en la misma acera, estaba la farmacia que tenía doña Nati, siempre llena de tarros preciosos, donde guardaba los compuestos, para preparar los ungüentos que tenían el poder, de curarlo todo, todo.
Y al otro lado de la carretera, vivía el tío Tanes, que era el esquilador de las mulas y los burros, Este hombre era un artista, con unas simples tijeras hacia unos dibujos en las ancas de las bestias, tan bonitos, tan bonitos, que los dejaba, como para ir de fiesta.
Y como le gustaba el vino y además estaba cojo, le sacaron un cantar ¡Que decía así¡ El tío Tanes no va a misa porque dice que está cojo, pero a la taberna va, poquito, poquito a poco
Y seguí por la calle larga y me encontré al tío Narices, que iba en la pelliza envuelto y le di los buenos días, por puro cumplimento, porque hablar con este hombre era como hablar con un cesto.
Y pasé por el puente, que había en la calleja y me encontré al tío Coché que era el guarda jurado que tenía el pueblo. Iba cargado con su Tercerola, a dar por el término, como hacia todos los días, la ronda.
Y pasé por la puerta del tío Apagavelas y miré para dentro, por ver si alguna vez le veía la cara contento, pero yo sabía el porqué y lo que le corroía. Pero ahora aquí no, no lo cuento.
Y un poco más adelante, me encontré al tío Velilla con la porra en la mano, iba a cuidar bueyes, iba a cuidar vacas, porque era el vaquero, que era la forma de ganar para su larga familia honradamente, el sustento.
Y miré al otro lado, porque allí vivían, en una casa grande, Paula y su hermano Braulio, ella era, alta, alta y seca, a los dos les encontraron muertos, por comer malas setas.
Y al otro lado, en la misma calle, vivía el tío Saturnino que fue el alcalde del pueblo mucho, mucho tiempo, este hombre era tan azul, que yo creo, que era azul, hasta por dentro del cuerpo.
Y pasé por la puerta, del tío Emiliano, que era el encargado de cuidar el frontón y de forrar las pelotas con la piel de gato y estuve hablando con él, en mi sueño de las cosas de antes, un buen rato.
Y me fui hasta el colegio y miré por la ventana y vi al maestro cojo, con la regla en la mano y a un niño asustado, era la señal, que iba a zurrarlo.
Y en el otro colegio, estaba don Elías, que fue mi maestro que en más de una vez, me dio, con los nudillos de su mano por escribir torcido, en la cabeza Cuesco.
Y entré con cuidado por la pequeña alameda, pues toda ella era un inmenso retrete, donde cagábamos todos y con las hierbas que allí había, nos limpiábamos, el pequeño ojete.
Y subí por la calle, donde estaba el antiguo estanco, eran dos hermanas, que tenían el local llenito de santos. Eran tan beatas, que si las pedias una caja de cerillas, pensando en el fuego cuando te las daban, se ponían de rodillas.
Y llegué hasta la puerta del tío Finito, allí en la esquina había una gran piedra, donde paraban los mozos a descansar después de ir cantando y hablando y de dar por la calle Larga, vueltas y más vueltas.
Y llegué hasta el frontón y allí había unos niños jugando con una pelota, con el pegotón, de goma de sandalia y tiras de trapo, allí me pasé mirando, un buen rato.
Y pasaron dos jóvenes cantando porque habían ganado, yo pasé de largo. Cantando bajito canciones de antaño ¡Cómo pasa el tiempo, es como un papel cuando un fuerte viento lo lleva volando…!
Y yo hoy quiero deciros a los que esto leáis, que todo se pierde. Se pierden las joyas aunque sean de oro y lo que más vale los buenos amigos, se pierde todo y de todo.
Y a los lectores de esto que estoy escribiendo, si os parecen bobadas ¡Lo siento! Pero todo lo perdido jamás lo encontraré. Pues de todos los que en este escrito hablo todos ya se han ido y lo siento, pero me desahogo si escribiendo lo cuento. La culpa la tiene el maldito tiempo.

COMO ES LA VIDA

Como es la vida
para algunos de rosa
para otros de risa
el tiempo es traidor
todo, pasa tan de prisa,
que se pasa antes que escuchar una misa.

Yo he estado buscando
cosas de la vida,
porque he perdido amigos
he perdido el tiempo
todo se deshace
la vida y lo hecho.

Si yo pudiera
cambiar lo ingrato.
Sembraría flores
y palabras bonitas
en el diccionario.
Y arrancaría, los ásperos cardos.

Para pasar por la vida
riendo cantando
con los pies descalzos,
sin temor a pincharme
haciendo las cosas
siempre, siempre de color de rosa.

Ay vida, vida
que te vas de prisa
¡Que no, nos das tiempo
ni a contar un cuento!
Ni a decir adiós
a lo que más queremos.

SIGI
Sigifredo Maria Chascón

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