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En pie mis ojos, colmados ante la ondulada exaltación de esa espiga de trigo que mece su largo tallo verde al son de mayo

SEXTETO DE VIENTO PARA UN ALEGRO DE ESPIGAS AL SON DE MAYO


En pie mis ojos, colmados ante la ondulada exaltación de esa espiga de trigo que mece su largo tallo verde al son de mayo
1

En pie mis ojos, huérfanos de luz, escindidos durante tanto tiempo tras de la materialidad opaca del cemento, avizores ahora al llegar desde un largo naufragio hasta las aguas del Tigris y el Éufrates: Vengo huyendo del vientre de una ballena gris, de una herida memoria, quizás de un epitafio.

En pie mis ojos, colmados ante la ondulada exaltación de esa espiga de trigo que mece su largo tallo verde al son de mayo.

En este instante detenido y verde -¿soy tan sólo testigo?- está naciendo el mundo: y estreno luz aquí; estreno calendario.

2

Se me muda la piel como un despojo de culebras, resucito en un amanecer ingrávido siguiendo las inciertas señales -¿serán acaso malvas las últimas certezas?- de esta prístina ceremonia ancestral de las estaciones:

Esa estela ondulada en el trigal que recorre la tierra como un mar, que la abraza, es ungüento para mi sed de luz, es certeza, hontanar desde donde todo brota en esta lenta policromía de silencios.

Esa estela alada que sobrevuela la cintura de la tierra como amarilla cometa de muchachos es hirviente lengua de volcán que funde en la gehemna cósmica el ruido del metal y del cemento, la elocuencia gritona de los rascacielos de Manhattan, lacias rojas manzanas amargas.

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¿Qué mano modela la exacta geometría de esa espiga?, ¿qué máquina calcula su gravidez dorada (como nadie hizo en la arrumbada torre de Babel pendientes de subir y subir y subir. Y se cayeron) para que no se tronche el leve filamento de esos tallos?

Sin duda no será cuestión de logaritmos.

Por eso, pienso, nunca he visto un trigal metido en un museo, ni nunca interpretó la Filarmónica de Viena un interludio de abedules para noches de viento.

¿Para quién entonces tanta claridad en esta tarde azul? ¿Sólo para el águila?

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Se adentra en oleaje íntimo, como si música, la luz de las espigas. Es danza, vuelo, rapto de quien quiere gemir o nombrar y no le alcanza el aire en los pulmones.

Tierra, agua, viento, fulguración verdemarina (toda la creación tiene nostalgia de la mar), final epifanía de la maternidad en una simplicísima zarza de trigales ardiendo al son de mayo.

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¿Es este instante que me posee dulcemente evolución sideral o regreso a los primeros barros? ¿Es agujero negro o máximo fulgor genesiaco esa preñez dorada?

¿No será esta sabana sembrada de globos de colores (como si niños incendiando una tarde de fiesta) el viejo paraíso?

Sólo sé que mi piel es territorio de flautas y de oboes

al final de un naufragio. Sólo sé que huele a espliego (en) la tarde que crece entre mis dedos. Y que no tendré mañana que volver a ese ergástulo fabril donde reinan las sombras.

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Purificadas mis manos en los brumosos hálitos del río que me surca hacia la mar, miro y recreo la horizontal belleza, callo y soy recreado: eres tú, naturaleza, quien me anega luz a luz para la celebración de estos ojos avizores, puestos en pie, regresados desde un largo naufragio hasta las aguas del Tigris y el Éufrates.

Nada de cuanto veo quiero llevarme ¿a dónde?

Quiero sí quedarme. Pido permiso a la abnegada redondez de la tierra para habitar aquí tan quedamente como llegué:

Sólo seré silencio ante el fulgor del trigo al son de mayo

QUINTIN GARCIA

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