Besana Villoria – Revista digital Besana de Villoria

LA HUELLA QUE SOMOS…

LA CASA Y SUS DEPENDENCIAS
En el año 2000, se público un libro que recogía, el legado histórico, etnográfico, medio ambiental y humano de la zona de Las Villas, hoy queremos, desde Besana rendir un homenaje a la gente que lo hizo posible: (Bernardo Cuesta, Pedro Díez, Alfredo Encinas, Quintín García, Miguel.A. Gullón, Juan Huarte y Luis Martín) los cuáles, a través del C.R.E.P.A de «Las Villas» reflejaron en un material reprográfico, todo el legado sociocultural de nuestros pueblos, de ahí el nombre tan acertado de «La huella que somos».

En próximas fechas, incluiremos más articulos, hoy nos vamos a acercar a una parte de la vida cotidiana de nuestros ancestros, como es la casa y sus dependencias.

LA CASA
La vivienda ha sido, antes más que ahora, el corazón de la familia, el lugar donde realmente se hacía y compartía la vida. Como espacio obligado de encuentro diario, día y noche, en ella se tejían esos lazos imborrables de la carne y de la sangre, de la pertenencia común a la misma cepa. La vivienda identificaba a cada una de las familias del pueblo.

Si bien la organización interna de la casa reflejaba a su manera los gustos y prefencias de los moradores, en cuanto a su estruxtura externa, existían unos moldes y patrones bastante comunes que caracterizaban la vivienda tradicional de esta zona. En la edificación dominaba un modelo de estructura arquitectónica estrechamente relacionado con la actividad agraria. El núcleo habitado de nuestros pueblos solía aglutinarse en torno a la plaza, dominada por la iglesia. De él salían las calles, como los radios del eje en le rueda del carro.

La casa tradicional de labradores en Las Villas solía ser amplia y de dos plantas. La planta baja, dedicada a la vivienda propiamente dicha, solía ser muy húmeda; por eso se almacenaba el grano arriba, a pesar del esfuerzo que suponía subirlo y bajarlo en costales o sacos. La planta alta, el sobrao, almacenaba el grano sobrante de la cosecha, sirviendo también como trastero.

Como materiales de construcción de las paredes se utilizaban el tapial, tierra prensada, y el adobe. Para la fachada principal, sin embargo, se recurría al ladrillo macizo y a la piedra de Villamayor, aunque se aprovechaban en ocasiones las piedras del derrumbe de algún monumento del lugar. Los suelos de toda la casa eran de baldosas de arcilla cocida, excepto el del portal de la entrada, empedrado con cantos pequeñitos. El techo era de madera y la cubierta de teja de arcilla cocida sobre cuartones de madera cubiertos de barda.

La mayoría de estas viviendas tenía un portal amplio, y, a cada lado, un recinto con alcobas para dormir. Junto a la cocina, la estancia más familiar de la casa, estaba la despensa, situada al norte para que los alimentos se mantuvieran siempre frescos. En ella se almacenaban los alimentos para abastecerse todo el año: la matanza, las legumbres y el pan que amasaban para varios días y lo guardaban en tinajas de barro.

DEPENDENCIAS
El hombre de estos pueblos estaba acostumbrado a espacios amplios. El hecho de vivir todo el día al aire libre en permanente contacto con la naturaleza y la ncesidad de contar con animales domésticos para sus tareas agrícolas, le hacía compartir la vivienda con otras dependencias contiguas. Todo ello conformaba un espacio homogéneo, capaz de configurar en las gentes un modo de sentir, de vivir y de concebir la vida. El diálogo con la naturaleza y con los animales era algo inherente a su personalidad. La calefacción natural del ganado dentro de la cas venía a ser como una pequeña parábola del grado de sintonía y comunicación recíprocas a que puede llegar el hombre con sus animales domésticos. De su obligado concurso para el desarrollo de las labores del campo y para la manutención de la familia nacía un trato connatural con los mismos. Los animales domesticaban de algñun modo el talante de sus dueños y despertaban en ellos una especial sensibilidad para integrarse armónicamente en su entorno natural.

En las casa de labor, aparte de las dependencias domésticas para la servidumbre de los criados y sirvientas, estaban también las agropecuarias. Todas ellas, de planta baja, eran necesarias para el desarrollo de la profesión agraria. El corral, generalmente adosado a la vivienda, era el patio central que las aglutinaba. Albergaba tres o cuatro tenadas para el refugio de los bueyes o vacas de trabajo, atados a los pesebres, donde comían la paja y el pienso de las algarrobas molidas. En la parte central, sin techumbre, se almacenaba el estiércol de los animales, que servía de abono para la tierra. También contaba con un pozo de abastecimiento de la casa y con una pila para beber el ganado.

Las caballerizas de mulas, caballos y burros tenián en los establos sus respectivos comederos. En el pajar se almacenaba la paja, utilizada para alimento y cama del ganado y para calentar el hogar. La paja de «garrobaza», de la que comían las ovejas y se alimentaba la lumbre, era guardada en el garrobero. Cada casa tenías sus animales domésticos para el consumo diario: gallinas, cerdos, cabras, conejos, ovejas, etc. Por supuesto en ninguna podía faltar el gallinero, por ser los huevos uno de los alimentos básicos de la dieta diaria.

La casi totalidad de las familias cultivaban su pequeño viñedo. Una vez prensada y pisada la uva en los pilones del lagar, el mosto destilado era depositado en las cubas y tinajas de la bodega, hecha de ladrillo o de piedra. A pesar de estar de manera oficial prohibido, algunas familias ocultaban furtivamente un precioso alambique para destilar el aguardiente. En Babilafuente hubo incluso una fábrica de tan sobroso licor.

Salir de la versión móvil