Besana Villoria – Revista digital Besana de Villoria

LO QUE MÁS TE ENSEÑA ES LA VIDA


Yo siempre he dicho que no hay cosa más sabia que la vida o la misma naturaleza, aunque pienso que no por mucho madrugar amanece más temprano.

Tengo 68 años, y cada vez me gusta más escribir, entre otras cosas, ya que de joven no pude o no quise, y si puedo llevar con mis relatos alguna sonrisa a algún hogar pues me doy por satisfecho, pero me gusta hacerlo a pecho descubierto, no quiero llevarme para allá lo bueno y lo malo de mi vida, para que nadie se equivoque como soy.
Yo digo que los abuelos somos el timón de muchas familias porque hacemos todo lo que podemos por nuestros nietos, a la postre los que ganamos somos nosotros ya que nos dan muchas alegrías. En este relato quiero encajar cuatro historias que a cualquiera le pueden suceder.

Tengo dos nietos, Óscar, con dos años y Jacobo con cinco, tengo la suerte de ir a buscar a uno a la guardería y al otro al colegio porque sus padres están trabajando. Del colegio a mi casa estamos de punta a punta, yo diría que hay como un kilómetro y tiene uno que andar por supuesto y cada padre o cada abuelo educa a sus hijos y nietos lo mejor que puede, aunque te equivoques pero hay que respetar porque yo creo que ahí está tu victoria. Mi nieto Jacobo y yo las tenemos cojonudas, porque siempre haga frío, calor o llueva le voy a buscar andando y se cabrea, sale y la tenemos preparada y me dice ¿Yaye porqué no traes el coche como hacen las mamas de mis amigos, que yo siempre tengo que ir andando?, y le digo: «hijo, ellos pueden hacer lo que quieran están en su derecho, pero yo quiero hacerte un hombre y hay que empezar desde pequeño», y me contesta:¡ Yaye yo no quiero ser un hombre, quiero ser un niño! ( me lo dice enrabietado), y claro el lleva más razón porque a esos años no entienden lo que tu intentas imponerle. Siguen sus quejas pero yo sigo en las mías. Cuando yo era pequeño iba a la escuela aunque cayeran chuzos o rayos, tu solito tenías que apañarte para llegar a casa, nadie me preguntaba si quería ser niño o quería ser hombre, y aquí estoy con mis batallas que las vamos ganando los dos, pero con mucho cariño.

Segundo caso.

Con mis hijos cuando eran pequeños como yo estaba trabajando y mi mujer haciendo las tareas de la casa iban y venían solitos y no sucedió nada, pero se van haciendo mayorcitos, ya sales de acampada, vas a las piscinas y hay que estar con los ojos puestos encima de ellos como un halcón, porque no ven el peligro (ahí he gastado bastante vista).

Un día fuimos a las piscinas de Cantalapiedra toda la familia, vas a relajarte porque era domingo y la semana había sido dura, pero tienes que estar con cuatro ojos porque a mí el agua me aterroriza, he visto ahogarse a gente y no se me van de la cabeza.

Tenía mi hijo como trece o catorce años y sabía nadar un poco , le dije no te metas para adentro donde te tape que hay peligro, pero ellos como no lo ven por su corta edad, me dice «papá me voy a hacer un largo que ya se nadar», le dije que no, pero lo que somos los padres haz lo que quieras porque si no me da el día, y yo atento a sus movimientos le iba siguiendo, diciendo por lo menos le veo, así que se metió y a la mitad de la piscina veo que empieza a chapotear como un niño y tragando el agua, me percate del peligro, pedí socorro y vi a un chaval que se tiro al agua, era el socorrista, le agarró por los pelos y lo sacó, lo pasó mal y a nosotros nos dio el domingo. ¿Quién tuvo la culpa? Yo por supuesto, porque no le tenía que haber dejado, pero me la habría podido preparar otro día estando solo y no habiendo socorristas.

Tercera historia.

Estaba yo en Bilbao, tenía como veintisiete años y había llegado mi hermano Santos del pueblo que le saco diez años y un domingo le dije, vamos a Arrankudiaga al río a darnos un baño, y fue con nosotros una prima nuestra que se llama Petri y tenía la edad de mi hermano. Nos cogimos el tren y llevamos un bocadillo para pasar el día, llegamos y me tiré al agua, los ríos son muy peligros y le dije a mi hermano que no saliese de la orilla porque había muchas corrientes, algo que no me hizo caso. Se metió para adentro y yo sin quitarle el ojo, veo que llega a unos quince metros y había una poza que le estaba tragando y no podía salir de allí, subía y bajaba, otra vez a pedir auxilio. Se dio cuenta un señor que estaba cerca, le dio la mano y mi hermano con el impulso salio pero al otro lo metió dentro, que disgusto, el hombre casi se ahoga salvándole a mi hermano la vida, menos mal que había gente, se hizo una cadena agarrándose unos a otros y le sacaron, mi hermano boca arriba expulsando el agua que había tragado y al otro hombre haciéndole el boca a boca pero se salvó, ¿quien tuvo la culpa?, los años que uno no está maduro, no ves el peligro o yo que le tenía que haber dado cuatro de esas que dan los curas por no haberme hecho caso, pero todas me tocan a mi.

Cuarta historia.

Siempre voy de vacaciones a Benidorm, llegamos a mediodía cansados, comes y echas una pequeña siesta, y a hacer un poco de recocimiento de como están las aguas y hablar con gente que conoces, digamos tanteando un poco para ver si estas en Benidorm o te han llevado a las Maldivas. Pasas la tarde, la noche, y por la mañana desayunamos, bajamos a la playa y nos damos el paseo de rigor por la orilla que son como cinco kilómetros. Me voy a tirar al agua y me advirtió Conchi, ten cuidado que parece que hay mucho oleaje y si me di cuenta porque yo cuando me meto en el agua me arrimo donde hay bastante gente por si las moscas, pero al entrar solo vi dos matrimonios que estaban tanteando el agua, me meto empiezo a nadar un poquito viene un ola con la resaca y me mete para adentro yo desesperado quiero encontrar tierra pero no la encuentro, me pongo nervioso , y creía que me ahogaba, lo mismo estaba boca abajo que boca arriba estaba como un yoyó, me estaba dando cuenta que allí se acababa todo y mi mujer viéndome desde la orilla en esta batalla que me tenía con el agua. En un momento vi la luz y a un señor le dije ¡socorro que me ahogo! y me contestó, hombre como se va usted a ahogar si esta sentado en la arena y agarrado a la pierna de mi mujer, dije dios mío que vergüenza, tierra trágame y los dos matrimonios escojonados de risa porque habían visto toda la corrida, y mi mujer asustada porque también vio todo, estas parejas eran cuñados uno de Bilbao y los otros de Aranda de Ebro. Así que cada vez que me veían se escojonaban, yo creo que todavía se estarán riendo por lo que vieron, así que amigos los consejos todos son buenos y hay que escuchar a los que más saben, porque la vida nos ha hecho catedráticos y muchos dejamos este mundo por no escuchar y hacernos los valientes, así que no me extraña que los cementerios estén llenos de gente que muchas veces no pensamos y en un pispas se te va toda tu vida.

ALFONSO «EL PINDOQUE»

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