Besana Villoria – Revista digital Besana de Villoria

HISTORIA Y COSTUMBRES


Noche de San Juan en Villoria
Un año mas , esta costumbre se esta haciendo cada vez mas popular en nuestro pueblo y en algunos barrios, forma parte de una tradición.

En el barrio el juncal, por declaraciones de los vecinos, se llevan reuniendo masivamente, unos ocho años, aunque su comienzo se remonta hará unos 13 años, según nos comenta ¨Paquita la mosca ¨.
Es digno de admiración , como después de un largo año de risas, llantos, y ¨devenires¨ de la vida, aparcan los problemas y se reúnen en una, gran mesa larga todo el barrio del juncal, en la esquina de la carretera, visionando, desde lo alto de las cuestas, de la fuente su gran hoguera.
Existen mas hogueras: En las piscinas, en la plaza de toros, la del barrio del juncal, y la del barrio de la M40, como popularmente se las conoce, esta ultima y la del juncal, son las que congregan mas vecinos del barrio.

Unos se organizan para degustar una gran parrillada, otros toman unas pastas y licores, y algunos, quedan para pasar un rato agradable entre risas, cantos y chistes, eso sí a todos los allí presentes se les invita a degustar las aportaciones de los vecinos desinteresadamente y en armonía.

Aprovechando el acontecimiento, que cada vez toma mas difusión en nuestro puebo, aprovechamos para recordar a los lectores el origen de tradición

El 21 de junio se celebra en el hemisferio norte, el día más largo del año. Definitivamente no es un día como los demás, la naturaleza, el hombre y las estrellas se disponen a celebrar una fiesta, cargada de gran poder y magia. Hadas y deidades de la naturaleza andan sueltos por los campos; los agricultores dan gracias por el verano, las cosechas, las frutas y por disponer de más horas para cumplir con sus tareas y entregarse a la diversión. También es el momento justo para pedir por la fecundidad de la tierra y de los mismos hombres; además se debe comenzar a almacenar alimentos para pasar el otoño y el invierno.
La celebración del solsticio de verano, es tan antigua como la misma humanidad. En un principio se creía que el sol no volvería a su esplendor total, pues después de esta fecha, los días era cada vez más cortos. Por esta razón, fogatas y ritos de fuego de toda clase se iniciaban en la víspera del pleno verano, o 20 de junio, para simbolizar el poder del sol y ayudarle a renovar su energía.
En tiempos posteriores se encendían fogatas en las cimas de la montañas, a lo largo de los riachuelos, en la mitad de las calles y al frente de las casas. Se organizaban procesiones con antorchas y se echaban a rodar ruedas ardiendo colinas abajo y a través de los campos.

A menudo se bailaba y saltaba alrededor del fuego para purificarse y protegerse de influencias demoníacas y asegurar el renacimiento del sol.
Se puede decir que todo empezó hace cerca de 5 mil años, cuando nuestros antepasados, tan amigos de observar las estrellas, se dieron cuenta que en determinada época del año el Sol se mueve desde una posición perpendicular sobre el Trópico de Capricornio, hasta una posición perpendicular sobre el trópico de Cáncer. A estos días extremos en la posición del Sol se les llamó solsticios de invierno y verano, los cuales ocurren los días diciembre 21 y junio 21 respectivamente. Estas fechas corresponden al hemisferio norte, pues en el sur es al contrario. El día que veremos al sol ponerse más al sur es el 21 de diciembre y el día que lo veremos ponerse más al norte es el 21 de junio. «Las fechas mencionadas son las típicas, pero puede ser que en un año determinado caiga un día antes o después, debido a las irregularidades del calendario, como los años bisiestos». Hablando propiamente del solsticio de verano, en esta fecha el eje de la tierra está inclinado 23,5 grados hacia el sol. Esto ocasiona que, en el hemisferio norte, el 21 de junio sea el día más largo del año.

En los antiguos mitos griegos a los solsticios se les llamaba «puertas» y, en parte, no les faltaba razón. La «puerta de los hombres», según estas creencias helénicas, correspondía al solsticio de verano (del 21 al 22 de junio) a diferencia de «la puerta de los dioses» del solsticio de invierno (del 21 al 22 de diciembre).

SOLSTICIO DE VERANO Y DE INVIERNO:
Hay dos momentos del año en los que la distancia angular del Sol al ecuador celeste de la Tierra es máxima. Son los llamados solsticios. El de verano es el gran momento del curso solar y -a partir de ese punto- comienza a declinar. Antes de cristianizarse esta fiesta, los pueblos de Europa encendían hogueras en sus campos para ayudar al Sol en un acto simbólico con la finalidad de que «no perdiera fuerzas». En su conciencia interna sabían que el fuego destruye lo malo y lo dañino. Posteriormente, el hombre seguía destruyendo los hechizos con fuego.
Se ha asociado esta festividad al solsticio de verano, pero esto tan solo es cierto para la mitad del mundo o, mejor dicho, para los habitantes que viven por encima del ecuador (en el hemisferio norte) ya que para los del sur el solsticio es el de invierno y ni tan siquiera para todos ellos pues la fiesta de San Juan es patrimonio del mundo cristiano. Aunque no crean que en los países orientales, con ritos y creencias distintas, no se celebran estas fiestas conservando en todas ellas la misma esencia: rendir un homenaje al Sol, que en ese día tiene un especial protagonismo: en el hemisferio norte es el día más largo y, por consiguiente, el poder de las tinieblas tiene su reinado más corto y en el hemisferio sur ocurre todo lo contrario. En cualquier caso al Sol se le ayuda para que no decrezca y mantenga todo su vigor.
Este simbolismo era compartido por pueblos distantes, separados por el océano Atlántico. Es el caso de los viejos incas en Perú. Los dos festivales primordiales del mundo incaico eran el Capac-Raymi (o Año Nuevo) que tenía lugar en diciembre y el que se celebraba cada 24 de junio, el Inti-Raymi (o la fiesta del Sol) en la impresionante explanada de Sacsahuamán, muy cerca de Cuzco. Justo en el momento de la salida del astro rey, el inca elevaba los brazos y exclamaba: «¡Oh, mi Sol! ¡Oh, mi Sol! Envíanos tu calor, que el frío desaparezca. ¡Oh, mi Sol!» Este gran festival se sigue practicando y representando hoy en día para conmemorar la llegada del solsticio de invierno, con un claro tinte turístico. Los habitantes de la zona se engalanan con sus mejores prendas al estilo de sus antepasados quechuas y recrean el rito inca tal y como se realizaba (más o menos) durante el apogeo del Tahuantinsuyo.

ORÍGENES PAGANOS:

Ni que decir tiene que esta fiesta solsticial es muy anterior a la religión católica o mahometana. Uno de los antecedentes que se puede buscar a esta festividad es la celebración celta del Beltaine, que se realizaba el primero de mayo. El nombre significaba «fuego de Bel» o «bello fuego» y era un festival anual en honor al dios Belenos. Durante el Beltaine se encendían hogueras que eran coronadas por los más arriesgados con largas pértigas. Después los druidas hacían pasar el ganado entre las llamas para purificarlo y defenderlo contra las enfermedades. A la vez, rogaban a los dioses que el año fuera fructífero y no dudaban en sacrificar algún animal para que sus plegarias fueran mejor atendidas.
Otra de las raíces de tan singular noche hay que buscarla en las fiestas griegas dedicadas al dios Apolo, que se celebraban en el solsticio de verano encendiendo grandes hogueras de carácter purificador. Los romanos, por su parte, dedicaron a la diosa de la guerra Minerva unas fiestas con fuegos y tenían la costumbre de saltar tres veces sobre las llamas. Ya entonces se atribuían propiedades medicinales a la hierbas recogidas en aquellos días. El cristianismo fue experto en reciclar viejos cultos paganos.

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