Besana Villoria – Revista digital Besana de Villoria

CANCIONES DEL VERANO X


Son los años 1975 y 1976, años de rebeldia y de derechos politicos y sociales.
1976: la historia

los españoles tras la muerte de Franco, según señalaba la propaganda oficial aun controlada por los poderes de la dictadura y expresada abiertamente en medios de comunicación como El Alcázar. ¿Legalización de los partidos políticos? ¿Regreso de los exiliados? ¿Renuncia al fuero papal? ¿Vuelos directos a Moscú? ¿Los Rolling Stones en España? ¿Proliferación de conciertos de cantautores y peludos? ¿Sexo, droga y rock’n’roll? Aquello se desmadraba, y lo del güiski, Cheli, sonaba ya casi a infantil comparado con lo que se venía encima. ¡Hala, al libre albedrío! Y, para colmo, la canción oficial del verano se recreaba con un alto grado de rechifla en el presunto perfil de aquella sociedad predemocrática. Cliché estereotipado donde los haya, sobre todo si tenemos en cuenta que a esas alturas la inmensa mayoría de los jóvenes militaba de alguna u otra forma en alguna de las organizaciones políticas legales o clandestinas que comenzaban a proliferar. Si hubo unos años en los que la canción del verano tuvo menos sentido histórico que nunca fue precisamente en esa época de plena conciencia social, política e ideológica. Quizá a eso se deba también la permanencia del sector folclorista-rumbero en los primeros puestos de las listas de éxito y la decadencia de monstruos del género como Fórmula V o Los Diablos. La juventud española tenía otras cosas más interesantes de qué ocuparse que del termómetro, las olas, los amores baratos o los pasitos para adelante pasitos para atrás.

No es que la producción fuese escasa, ni mucho menos: Que suene ya la banda (Los Diablos), Si tú fueras mi mujer (Lorenzo Santamaría), Hoy tengo ganas de ti (Miguel Gallardo), Sólo tú (Camilo Sesto), O tú o nada (Pablo Abraira), ¿Por qué te vas? (Jeannette) y Yo también necesito amar (Ana y Johnny) sonaban en las emisoras machaconamente.

Sin embargo, se puede observar que la tendencia había evolucionado hacia el intimismo romántico, quizá en un intento de mimetismo con la canción de autor, que gozaba de un auge inusitado, atisbo de acercamiento e incluso de adulteración que se observa incluso más en experimentos como los de María Ostiz (Un pueblo es) y Jarcha (Libertad sin ira). Ante la falta de marcha duduá y de romanticismo buabuabuá de los creadores nativos, los contoneos y los I love you llegaban de afuera, generados en ambientes que nada tenían que ver con el que se vivía en el país, con especial profusión de italianos: Raffaela Carrá (En el amor todo es empezar), Richard Cocciante (Margarita), Gianni Bella (De amor ya no se muere), Sandro Giacobbe (Jardín prohibido); y anglófonos discotequeros: Boney M (Daddy cool), The Ritchie Family (The best disco in town), Abba (Fernando, Dancing queen), Tavares (Heaven must be missing an angel), Bee Gees (You should be dancing), KC & The Sunshine Band (Shake your booty), Hot Chocolate (You sexy thing) o los eurovisivos Brotherhood of man, traducidos al castellano por Cindy y sus Guarda tus besos para mí. A la par, los grandes nombres del rock internacional, que habían permanecido guarnecidos bajo el techo del culto comenzaban a popularizar sus creaciones en España: Kansas, Pink Floyd, Yes, Génesis, Chicago, Boston, Bob Dylan, Joan Baez, Queen, Peter Frampton…

1977 yLa historia

Definitivamente, se cerraba todo una época, tanto en lo político, como en lo musical. A partir de este año, la canción del verano ya no volvería a ser la misma. Las bandas y solistas que habían protagonizado la génesis y consolidación del género se encontraban en un callejón sin salida ante la rápida evolución de los gustos e inquietudes del público hacia el que se dirigían, mientras que era la música proveniente del extranjero (baladas italianas, rock y sonido dance, principalmente) o protagonizada por guiris conversos (Georgie Dann, Raffaella Carrá, Báccara) los que se llevaban el gato al agua en las emisoras de radio y en las listas de éxito y de ventas.
Por todo ello, no resulta extraño que el espíritu imperante en todos los órdenes de la vida fuese el de borrón y cuenta nueva, recordando lo bueno e intentando olvidar lo malo empeñados en cimentar las bases de un futuro en libertad que, aunque ansiado, soñado, reclamado y reivindicado, parecía haber pillado a todo el mundo por sorpresa. En este marco hay que situar El último guateque, del grupo Laredo, importante aportación formal a la canción del verano que de esta forma estrenaba el esquema de popurrí éxitos estivales pasados sobre , y que alcanzaría su cénit en la década de los ochenta con precisamente La Década. Laredo efectúa con esta pieza, a la par que un homenaje a los hits de finales de los sesenta, una despedida en toda regla a toda una generación de creadores y a todo un sistema de relaciones. El guateque ha muerto, ¡viva la discoteca! En la canción, editada en maxisingle de vinilo (otra de las revoluciones de la época), se repasan temas clásicos de Los Brincos, Los Sírex, Juan y Júnior, Los Canarios y Los Pekenikes. Prácticamente toda la vieja guardia en versión supermaxi y bajo bola de espejos, qué cosas.

De Laredo pocas cosas podemos decir. Su breve historia musical se desarrolla entre este año y el siguiente, y sólo logró destacar con versiones como la de El boxeador (1978), de Simon & Garfunkel, y con esta cadena de recreación de éxitos que nos ocupa, perteneciente a la banda sonora de la película de mismo nombre y que fue dirigida por Juan José Porto.
Por otro lado, el espectro del dial se nutrió ese año de cosas como Te quiero con locura (Mari Trini), Enséñame a cantar (Micky), Mi cafetal (Georgie Dann), Contigo en la distancia (Dyango), Cisne cuello negro (Basilio), Gavilán o paloma (Pablo Abraira), Vino griego (José Vélez), Credo (Elsa Baeza), Son tus perjúmenes (Carlos Mejía Godoy y Los de Palacagüina), Mahná-mahná (Los Teleñecos), Te amo (Umberto Tozzi), Yes sir I can boggie (Báccara), Linda (Miguel Bosé) o Fiesta (Raffaella Carrá). Por parte discotequera destacaron My baker (Boney M), Black Betty (Ram Jam), y, por supuesto, todo lo que tuviera que ver con los Bee Gees y Fiebre del sábado noche. También sonaron, y mucho, Hotel California (Eagles), Give a little bit (Supertramp), Dust in the wind (Kansas), We will rock you-We are the champions (Queen) y Oxygene (Jean-Michel Jarre).
El que analizamos fue, además, un año negro para el mundo sonoro en general. Estilos como el bolero y géneros como la ópera o el musical perderían a genios tan sobresalientes como Antonio Machín, María Callas y Bing Crosby, respectivamente. Pero 1977 será recordado como el año en que murió Elvis Presley, que pesaba entonces 120 kilos y se preparaba para volver a los escenarios tras un enigmático retiro achacado a misteriosas enfermedades y problemas con las drogas. Su muerte, a los 42 años de edad, provocó escenas de histeria colectiva en todo el mundo. Algunos jamás llegaron a recuperarse del golpe y siguen manteniendo que Elvis no ha muerto, sino que se encuentra recluido en algún lugar recóndito esperando el momento de regresar (jugando al póquer con Hitler, probablemente, otro zombie en la imaginación de sus devotos). Un año de despedidas, desde luego, entre las que no podemos olvidar la de ese otro monstruo del humor que fue Groucho Marx, el 19 de agosto a los 82 años de edad, como último superviviente de toda una familia dedicada al cine y al espectáculo… y que de música sabía un rato también.

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