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Viajamos a los años 1968 y 1969, en estos años los artistas pretendian exportar nuestra musica por todo el mundo

CANCIONES DEL VERANO VI

Viajamos a los años 1968 y 1969, en estos años los artistas pretendian exportar nuestra musica por todo el mundo
1968 LA HISTORIA

Por muy extraño que a todos nos resulte, raras, muy raras veces, la participación española en el Festival de Eurovisión ha logrado convertirse en canción del verano. Y es que tal título no está al alcance de cualquiera. Pero si hubo un año en que este milagro se produjo, fue precisamente en 1968. España toda vibró con esta pequeña joya de la nadería que, allí, en el corazón de la pérfida Albión, lograba hacerse por primera vez en la historia (y prácticamente la última) con el cetro del pop europeo, tantas veces ansiado y tantas veces negado. Había que celebrarlo por todo lo alto y, por supuesto, tanto la copla como la artista debían figurar en la cúspide de todo ranking, lista, competición, baremo o encuesta de popularidad.

Sin embargo, esto es sólo el final. Lo cierto es que la presencia de Massiel en Londres fue el resultado de una carambola que tuvo a Joan Manuel Serrat como principal protagonista. Para ese entonces, Serrat ya era un músico que acumulaba tanta popularidad como polémica por su vicio de cantar en catalán y, claro, a las estructuras oficiales no se les ocurrió mejor idea para contrarrestar la marea roja que se les venía encima que incorporar al enemigo a sus propias filas. Fue entonces cuando se decidió que el joven del Poble Sec representara a España en el eurofestival. Serrat se mostró encantado con la idea y, de hecho, compuso una canción para el certamen, El tirititero. La propuesta fue descartada y en su lugar se optó por una composición de la pareja Ramón Arcusa-Manuel de la Calva, el archiconocido Dúo Dinámico, que desde 1965 vivía horas bajas. El tema, La, la, la, aseguraba el éxito de la empresa y evitaba que al final el invento se convirtiese en boomerang que degollase a tanto listillo con bigote. Se pretendía matar a los siguientes pájaros de un tiro: Pájaro 1) Domesticar a la fiera. La idea era que se cantase en castellano. Si Serrat pasaba por el aro, las risas se escucharían hasta en la Antártida. Pájaro 2) Ridiculiza, que algo queda. Si Serrat acudía a Eurovisión con el La, la, la, su prestigio y probablemente el de todo el movimiento de canción de autor quedaría por los suelos. Y Pájaro 3) España es in-diferente. El mundo se daría cuenta de que Franco no era tan malo ni antiguo. ¿Cómo va a serlo si envía a un concurso internacional a un chico progre y con una canción tan moderna?
El penalti estaba servido. Y faltó el canto de un duro para que la jugada acabase en gol. Serrat fue presentado en TVE como el chico de Eurovisión y cantó el temita de marras rodeado de jovenzuelos y jovenzuelas yeyé que no paraban de moverse. ¿Se lo imaginan? ¿Qué pasó, pues, para que todo ese montaje se viniese abajo? Que la sociedad catalana, liderada por los intelectuales afines a la nova cançó, se movilizó para presionar al cantante. Serrat intentó llegar a un consenso y propuso a TVE interpretar la canción en catalán (¿cómo es la la la la en catalán?), pero eso suponía salirse del guión tan inteligentemente diseñado y, tras varios tiras y aflojas, Serrat declina finalmente la invitación. Consecuencias: Massiel (una chica que flirteaba abiertamente con obras de cantautores como Luis Eduardo Aute) se convierte en la gran esperanza blanca de los españolitos, y Serrat es condenado al silencio oficial en los medios de comunicación, pasando de estrella en ciernes a cantante maldito en un plis plas.
Pero Massiel no, Massiel era otra cosa. Ella había nacido para triunfar y en aquellos tiempos aún tenía virtudes para lanzarse de lleno al show business y no morir en el intento. Y lo logró, transformándose de la noche en la mañana en un símbolo más de la España sesentera, seduciendo a medio mundo al prestar su brío y su voz a una letra inolvidable. Me refiero al estribillo, claro, ustedes convendrán conmigo en que el resto es, sencillamente, infumable.
Mención especial merece en este año la canción Get on your knees (Ponte de rodillas), de Los Canarios que, además de ser considerada también canción oficial del verano las emisoras y de vender lo indecible en nuestro país, logró alcanzar puestos de privilegio en las listas de éxito de Estados Unidos

1969: LA HISTORIA
Una chica, una playa, una guitarra, un sombrero y el sol. No cabe duda de que a finales de los sesenta la canción del verano había encontrado ya su prototipo ideal en fondo y forma, el cliché que le haría permanecer en la cresta de la ola generación tras generación. La producción estival precedente había estado presidida por un titubeo constante en cuanto al tema adecuado para arrasar en la arena. Ya hemos visto cosas tan dispares como la importación de un ritmo pseudofloclórico con ínfulas de método de baile (La yenka), una loa rockera a la motocicleta (La moto), una canción de amor con truco (Lola) y hasta un polémico galimatías del tarareo patrocinado por el régimen (La, la, la). En todas ellas se ensayaron distintos componentes de lo que ahora cuajaría en el espeso potaje del hit parade estival. Entramos ya en la era de los clásicos: Fórmula V había iniciado su andadura un año antes y Los Diablos lo harían en 1970, dos grupos que presidirían el karma sonoro de los veranos en la primera mitad de la nueva década. Había nacido la especialización, y con ella la edad dorada del fenómeno que nos ocupa. Hasta la fecha, la canción del verano se nutría de los escarceos más o menos frívolos de grupos de pop-rock, de las majaderías simpáticas de los dioses de la canción ligera y hasta de los experimentos presuntamente modernos del flamenco nacional. Pero a partir de ahora, serán legión los que –quien quiera ser éste, que le cueste- se entregarán en cuerpo y alma y en exclusiva patatera al sacrosanto arte de plasmar en una sencilla copla lo bonita que son las vacaciones cuando llega la caló.

Y a estas alturas, ustedes se preguntarán: ¿y quiénes son Los Payos? Y, más o menos a la misma altura, yo responderé. Pues unos que iban de gitanos, un trío de amigos sevillanos liderado por Josele Moreno (que posteriormente se haría humorista sin que nadie notase el cambio) y que se completaba con Eduardo Rodríguez (luego guitarrista del mítico Triana) y Luis Moreno Pibe. El formato era el clásico rumbero guitarras en ristre y pasitos cortos pero inseguros, mucho optimismo y mucha reivindicación del to er mundo e güeno. Su sonido característico era producto de la mezcla ciertamente indecente de guitarras flamenca y acústica, flauta travesera, contrabajo y batería. Los integrantes de la formación se habían forjado por separado en distintos países e incluso Moreno llegó a trabajar, no sabemos de qué, con grupos de jazz en Estados Unidos. Decididos a triunfar, se reúnen tras su etapa de aprendizaje y viajan a Madrid donde se lanzan de lleno a la producción de su primer gran trabajo discográfico, un auténtico fracaso. En 1968, y tras cambiar de manager (con dolor, pero con valentía), Los Payos comienzan a trabajarse en serio lo de la canción del verano y lanzan sus primeros cubitos de hielo, Como un adiós y La sueca, tema este último de argumento tan diáfano como hortera, y así hasta que se topan con María Isabel en la playa del oportunismo. Y, boom, flechazo comercial.
Cada una de las estrofas de María Isabel tiene un encanto especial, en la segunda, por ejemplo, destaca la neurosis compulsiva del galán, que se dedica a garabatear el nombre de su dama en la arena para borrarlo rápidamente sospechando que será el blanco de todas las pisadas. ¿Y qué decir del pasaje dedicado a la luna, justo cuando el sol pega tan de lleno que hay que ponerse sombrero y todo? Inolvidable. De todas formas, yo me quedo con el chi ri bi ri bi, interesante innovación onomatopéyica que vino a sumarse al uh uh de la motocicleta y al la la la la la del la la la la la.
María Isabel y sus surrealistas correrías playeras supusieron la confirmación del nacimiento de un género (creo que ya he pedido perdón) y la primera aproximación de la canción del verano al sentir rumbero del público español, abriendo el camino a otros monstruos de las palmetas como Peret, Los Amaya, Rumba Tres, Los Albas, Amigos de Ginés, Cantores de Híspalis, Los Golfos o Los Manolos. Juerga de brazos caídos en bermudas, con sombrero y a lo loco

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