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Cuando yo tenía once años mi padre me ajustó para segar para esta Sra. Me acuerdo lo que gané aquel verano, 500 pesetas, tres Euros de ahora.

RECUERDOS DE UN TIEMPO YA LEJANO


Cuando yo tenía once años mi padre me ajustó para segar para esta Sra. Me acuerdo lo que gané aquel verano, 500 pesetas, tres Euros de ahora.
Voy a seguir con pequeñas historias de personas que un día tuvieron su importancia en Villoria. ¡Por desgracia ya olvidados! Pues no hay cosa que el tiempo no borre, lo bueno, lo malo, por eso que alguien les recuerde o lo recuerde aunque sea torpemente, ¡Es bonito! Es revivir a aquellos que ya están olvidados, aunque un día fueran importantes, por su hacer en el pueblo.
De las personas que ahora voy a escribir, si vivieran, rondarían los ciento cincuenta años, por tanto muy lejano para los jóvenes.

En primer lugar voy recordar a la Sra. Dorotea. Esta mujer fue la partera de Villoria toda su vida. Según me dijo mi madre fue la que me cogió a mí y esto hace ya casi 80 años y por entonces ya era vieja y cogió a todos los que nacimos en aquella época que fueron muchos. Muchos, porque en aquel tiempo no se conocían los anticonceptivos y la calefacción era nula, por tanto el único sitio donde entraban en calor en el invierno era en la cama.

Así nacían niños como churros. Era normal tener ocho o diez y a veces más. Casi me atrevería a decir que en la década de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, la población de Villoria era superior a la que hay en la actualidad. Y me hago otra pregunta. ¿Dónde vivíamos? ¿Cómo vivíamos en aquel pueblo? Pueblo que era la mitad de lo que es hoy, con sus casas de adobes y sus calles de tierra y otra cosa, el casco viejo la mitad de él eran cortinas o huertos ¿Y os hacéis la idea de cómo serían aquellas casas? Casas donde convivían cerdos y personas separados por pequeñas pocilgas en el mismo recinto. Menos mal que por el día los cerdos se pasaban el día en el campo para sanear las casas. Cerdos con los que se hacían las matanzas con lo que luego se alimentaban en los largos y duros inviernos, que no había trabajo y no se ganaba ¡Que rico era aquel tocino! Ese tocino que ahora se tira porque engorda, ¡Entonces había pocos gordos!

Bueno, me he salido del guión. Quería hablar de la Sra. Dorotea y ahora voy a seguir hablando de ella. Esta mujer, no solo atendía a los partos de las mujeres. También la llamaban para los animales sobre todo cuando parían las marranas o cerdas y aquí viene la picaresca y diré el porqué.

Cuando yo tenía once años mi padre me ajustó para segar para esta Sra. Me acuerdo lo que gané aquel verano, 500 pesetas, tres Euros de ahora. Hice la siega con su hijo que le llamaban el Colorao que tenía fama de poco trabajador. Tengo que decir y no es para presumir, porque de esto hace ya tanto tiempo, que yo con once años ya casi segaba tanto como él. Y también tengo que decir que nunca comí tanto tostón en mi vida como en aquella casa; pues cuando la llamaban para ayudar a parir a alguna cerda o marrana tenía la suerte de que siempre algún cerdito o tostón nacía muerto, o se moría al nacer. Esto es lo que ella les decía a los que la llamaban. Aunque yo creía que ella los mataba para traerse el tostón a casa, que era con lo que se cobraba y que luego ella guisaba y puedo ahora decir lo bueno que estaban. Nunca pregunté si eran abortivos o muertos. Solo me acuerdo que estaban riquísimos. Viejos recuerdos que perduran, de un tiempo que mejor es que no vuelva. Porque fue una época en la que volvió la picaresca para sobrevivir. En la que volvió el sacrificio. Donde los niños trabajaban en vez de formarse. Esa fue la escuela de los niños de la postguerra, mi niñez.

Ahora voy a recordar a otra persona que dejó huella por su original forma de ser y de hacer. Es triste, recordar a quien en el pasado dejó huella. Creo que ya no queda nadie o casi nadie de su familia en el pueblo. De esto no estoy seguro.

Me estoy refiriendo al tío Balbino que fue el primer pescadero que hubo en Villoria que yo recuerde y creo no estar equivocado. Porque antes no había forma de que el pescado llegara hasta esas latitudes, pues los medios eran nulos y solo cuando llegó el vetusto tren llegó hasta esas tierras el mencionado pescado.
Como digo este hombre, que era muy original, iba a buscar el pescado a Babilafuente con un carrito que había hecho para que tirara de él un carnero, tal y como digo un carnero, con el que llevaba el pescado hasta el pueblo y con el que recorría el pueblo pregonando: chicharros, sardinas. Me he preguntado más de una vez. ¿Como llegaría ese pescado al pueblo en un tren sin congelador y luego desde la estación al pueblo en un carro del que tiraba un carnero? Creo que la sal suplía el hielo. Ahora me doy cuenta como nos picaba la boca cuando comíamos aquel pescado que se vendía en aquel tiempo.

Este señor. El señor. Balbino murió pronto y su Sra. montó un bar, en el local en el que vendían el pescado. El bar de la Sra. María lo llamábamos. ¿Cuántas tardes de domingo cantamos en aquel bar, con un litro de vino y unos pocos cacahuates? Por cierto, y lo digo con pena, un hijo de este matrimonio. Vale, era amigo mío y confieso que me produjo un inmenso dolor su muerte, el día que se ahogó en el Tormes. Lloré como nunca lo había hecho jamás en mi juventud ¿Cuantos años han pasado amigo? Bueno esto último no tenía intención de recordarlo, pero es así la vida ¡Y hay cosas que nunca se olvidan!

Aunque esto sea diferente, tampoco se me olvida, cuando el paseo para la juventud era la carretera. Desde la Alameda hasta la fuente de Alba. Los mozos y las mozas paseaban por ella sin temor a ser atropellados. ¡No había coches! ¡No había camiones! Los muchachos, entre los que me encontraba yo, corríamos molestando a las cuadrillas que alegres paseaban. Eso sí. Siempre los mozos con los mozos y las mozas con las mozas. Porque rebujados era pecado. Dictaduras malditas que matáis la libertad, que es lo más grande que el hombre tiene.

Como no me olvido del tío Garbanzón, que se ponía en la carretera a vender cacahuetes y las famosas llaves de azúcar, que él mismo hacía. Poniendo una de aquellas llaves de las antiguas puertas encima de harina, de donde sacaba el molde para verter en él la azúcar derretida en la sartén que, al enfriarse, se endurecía y se ponía como un caramelo gigante y que comprábamos entre varios muchachos con la perra gorda o la chica que nuestros padres nos daban de paga ¡Que rica estaba la llave! Y como chupábamos de ella. Creo que entonces no éramos tan escrupulosos como lo somos ahora. Entonces comíamos lo que había.

EL PASEO DE LOS MOZOS DE AQUEL TIEMPO

Iban de la alameda a la fuente
de la fuente a la alameda
juntos pasaban las tardes.
por la antigua carretera.

Eran los mozos del pueblo
vestidos con trajes nuevos
ellas faldas de percal largas
y ellos pantalón de pana.

Reían como chiquillos
y en la fuente se sentaban
para beber agua fresca
de la rica fuente de alba.

Luego en grupo se arrimaban
bajo la sombra del álamo
con sus ramas de hojas blancas
y allí cuentos se contaban.

Los muchachos y muchachas
entre los que me encontraba
imitábamos sus risas
queríamos crecer de prisa.

¡Cómo se ha pasado todo!
¿Donde estarán aquellos mozos?
¿Les habrá llevado el tiempo?
Los niños que les miraban. Ya, ya son viejos.

La carretera era blanca
hecha de tierra y de cantos
¡Ahora ya es negra muy negra
la cubrieron con asfalto!

Ahora en la alameda
a penas crece la hierba
y en los chopos que allí hay
ya no anidan ni las pegas.

Ahora ya no van los mozos
de la Lafuente a la alameda
¿Quién beberá ahora el agua
que era, tan deliciosa y tan fresca?

La fuente sigue manando
y el agua sigue cantando
como lo hace el canario
siempre en su jaula encerrado.

El sol se refleja en ella
por hermosa y cristalina
embriagado pasa el tiempo
cual caminante sediento.

Y un arcoíris hermoso
en sus aguas se refleja
vierte gotas de dulzura
todo, todo allí es hermosura.

Que no se seque la fuente
ni el álamo de hojas blancas
que vuelvan allí los mozos
para que aquellos recuerdos
no se olviden con nosotros.

Sigi
SIGIFREDO MARIA

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